Santiago la Barca. Cálidas subjetividades 

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Tanto en forma como en estilo, cada una de las canciones del debut homónimo del conjunto asturiano Santiago la Barca alberga una colección inagotable de referencias fascinantes

Santiago de la Barca es una aldea de un kilómetro cuadrado y medio perteneciente al concejo asturiano de Salas que, según Wikipedia, cuenta con 32 habitantes. Su nombre lo toma prestado la banda —también de Asturias— Santiago la Barca, un proyecto que nace tras el primer confinamiento de 2020. Santi Fernández, quien encabeza la formación, lleva al menos desde 2016 canalizando sus inquietudes a través de la música y sus lugares más remotos. Y siempre en buena compañía. Primero, junto a su amigo David González, llegó Autoescuela; más tarde, Bar España, esta vez con Andrea Gasca de Los Lagos de Hinault. Si bien los dúos siempre han sido lo suyo, en esta ocasión Santi se rodea de otros cuatro compañeros músicos. De estas cinco mentes ingeniosas y de sus respectivos instrumentos emerge este primer LP homónimo, lanzado el viernes 11 de noviembre desde El Volcán Música.

El corte que abre el álbum, Cantar de gesta, es un primer contacto directo con el mundo en el que habita Santiago la Barca. Entre tantos nombres de personas y de lugares, los oyentes recién llegados quizá necesiten un momento para orientarse, pero basta con sentarse a escuchar. Los viajes y los paisajes de provincias a los que aluden las letras, intercalados con pensamientos fugaces, terminan por dibujar un entorno familiar verdaderamente acogedor. En realidad, su mundo no es otro que el nuestro. Como en sus proyectos anteriores, la agudeza de Santi para narrar historias y evocar imágenes a través de la canción, vuelve a estar presente aquí. Aunque desde encuadres muy dispares entre sí, varios de los temas del disco acaban remitiendo al folk. Celia 2 lo hace desde una mirada muy local, a diferencia de Belarmino —puro folk rock— o Mayo, que abraza un estilo más de cantautor.

“Te he podido enseñar / Un sueño grabado en video”, canta Santi en Campdón, probablemente la canción más emocionante del álbum. Otras candidatas a ese título son Il Fratello y Señor corsario, ambas con matices instrumentales impecables, al igual que Taichi. En esta última escuchamos a Marina Simal, quien junto a Santi compone el prometedor dúo de reciente formación La media distancia. Junto a Cierran los colegios —himno total desde que salió como single—, las dos últimas pistas del LP vienen con dosis extra de guitarra eléctrica. Más del minuto final de Cadavedo es un solo distorsionado que contrasta en buena medida con la calma anterior, pero al disco le sienta de maravilla. Y, para terminar, Tú y yo y Tony Hawk, deja en el aire una pregunta importante. “¿Será este otro año de mierda / o es que todo va a cambiar?”.

El pop no deja de ser uno de los grandes pilares sobre los que se sostiene este primer trabajo de los asturianos. Un pop, ante todo, lleno de melancolía. Por otra parte, Edu G. a la batería e Ivana Castañón a los teclados construyen paulatinamente el ambiente orgánico que rodea al disco. Las guitarras tienden a ser protagonistas, pero el bajo de Edgar P. y las aportaciones y arreglos de Fernando Romero brillan por su carácter. Muchos son los detalles que componen esta atmósfera, pero todos apuntan, sobre todo, al rock de finales de los sesenta a lo The Band. Tampoco en un sentido literal, sino más bien rescatando esa pulsión que llevó a aquellos grupos a crear desde un lugar distinto al habitual. Bandas, artistas y géneros —como el krautrock en Alemania, en el que también se inspiran— pertenecientes a un tiempo muy concreto, pero cuyo legado prevalece.