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Desde el suspense, la última película de Manuel Martín Cuenca, ‘La hija’, hace que nos planteemos si reproducirnos es un derecho o un privilegio reservado solo a algunos
Una finca en la sierra de Jaén, un matrimonio formado por dos adultos incapaces de concebir y una adolescente embarazada. Esos son básicamente los elementos empleados por Manuel Martín Cuenca para crear la trama de su última película, La hija. En ella, una quinceañera encinta escapa de un centro de menores ayudada por uno de los cuidadores del mismo. Éste le ha prometido acogerla en su casa hasta que tenga al bebé ya que, de otra forma, terminarían quitándole los servicios sociales. A cambio, la joven deberá renunciar a la criatura y dársela a ellos, que la harán pasar por suya.
Desde este minimalismo inicial, Martín Cuenca logra articular un inquietante thriller de cocción lenta muy apoyado en los ambientes y espacios. A través de elipsis, la relación entre los personajes va evolucionando pareja a las estaciones. Primero, los inicios del embarazo en primavera. Luego, la aparición de fricciones y conflictos con la caída de las hojas en otoño. Por último, cuando llega el frío del invierno, la niebla y la nieve cubren el paisaje. Entonces, los protagonistas, incapaces de ver más allá de sí mismos, se mueven cegados por sus motivaciones egoístas.
La deriva trágica de semejante plan se esperaba desde el principio. Por supuesto, la joven, una chica rebelde, independiente y con carácter, no tarda en sentir y reclamar al bebé como propio. Irremediablemente, la pareja adoptiva se ve forzada a silenciarla y retenerla. Más aún cuando la policía mete las narices en el asunto. La casa, una vivienda de piedra alejada de toda civilización y resguardada por dos perros, rápidamente se convierte en una prisión para la adolescente. Así, desde lo intrigante de este relato naturalista, Martín Cuenca plantea diversas cuestiones en torno a la maternidad subrogada y los vientres de alquiler.
No obstante, el director evita adoptar una posición rígida frente al tema. La empatía que sentimos por sus protagonistas es ambigua y cambiante. Estos se mueven en un terreno de claroscuros morales en los que sus acciones, si bien poco éticas, parecen estar justificadas. Por un lado, somos conscientes de que la joven no tiene los medios ni la madurez para hacerse cargo del bebé. Sin embargo, ser la madre biológica la legitima como progenitora. La pareja, por su parte, sí cuenta con los posibles para criarlo, pero carece de cualquier otro fundamento para reclamar a la criatura. De esta forma, La hija nos hace plantearnos si es justo que algunos puedan tener descendencia y otros no. ¿Es la reproducción un derecho o un privilegio reservado solo a algunos? El duro final de la cinta no parece despejar las dudas.