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Chema García Ibarra, en ‘Espíritu sagrado’, nos hace cuestionar creencias en una historia en la que todos los personajes parecen estar locos
Es habitual que cuando un cineasta escribe y dirige su primer largometraje empiece por algo personal. Es más fácil inspirarse en experiencias personales, en vez de entrar desde cero en una historia o un tema que no conocemos. Así uno puede sentirse seguro. Tras realizar varios laureados cortometrajes, Chema García Ibarra ha hecho exactamente lo contrario. Arriesga en ser irreverente con un tema delicado y el resultado es favorable. Utilizando su natal Elche como fondo y rodada en 16mm, nos sorprende con Espíritu sagrado. Una comedia negra que nos hace cuestionar hasta qué punto las inusuales creencias en seres de otros mundos y lo esotérico son tan inofensivas como parecen.
OVNI Levante es una asociación de ufología que se reúne todas las semanas en la oficina inmobiliaria de su líder, Julio. Ahí sus idiosincráticos miembros discuten y comparten información sobre posibles apariciones y abducciones por seres de otros planetas. José Manuel, el vicepresidente de la asociación tiene una incondicional fe en todas estas teorías y sus creencias se extienden a temas esotéricos. Una noche la asociación recibe una mala noticia, Julio ha muerto. Eso es un duro golpe para José Manuel, ya que ambos estaban trabajando en un proyecto de gran importancia. Con la responsabilidad de ser el único conocedor del secreto cósmico, él deberá continuar con la misión que puede alterar el futuro de la humanidad. Mientras tanto, Charo, su hermana, está en la desesperada búsqueda de una de sus hijas, que lleva desaparecida varias semanas.
Desde el primer minuto, el tono de la historia lo establece la pequeña Verónica —hija de Charo y sobrina de José Manuel— que está haciendo una presentación en el colegio. En un primer plano estático, la niña explica la conexión entre los ritos satánicos y el tráfico de órganos infantiles. Es absurdo y hasta perturbador ver a la dulce Verónica hablar tan seriamente de un tema tan demencial. De esta manera, Ibarra nos introduce en la disparatada historia que vamos a presenciar. De la mano de su habitual director de fotografía, Ion de Sosa, cada encuadre de Espíritu sagrado está meticulosamente trabajado. Aquí, el naturalismo cinematográfico y el encanto del celuloide convierten a esta historia en un contraste de extremos.
Independientemente de lo que se pueda pensar de las creencias de los personajes, en ningún momento se les trata con desprecio. Es evidente que la mayoría de las personas en Espíritu sagrado son excéntricas. Sin embargo, todas han llegado a tener esas ideas o creencias porque tienen el deseo de ser parte de algo más importante. Cuando la historia da un giro inesperado —porque nos damos cuenta de que Julio se ha aprovechado de la ingenuidad de la asociación de ufología—, es inevitable no sentirse incómodo. Es así como la línea entre lo divertido y lo deplorable se difumina. No obstante, Ibarra es audaz y juega con la incomodidad. Es arriesgado, pero funciona. Esto nos hace cuestionar la inocencia de tener creencias inusuales y con qué facilidad se puede manipular a personas que están en búsqueda del significado de la vida.