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Edulcorando los hechos reales con el relato de un amor imposible, Martin Bourboulon se adentra en ‘Eiffel’ en la historia de la construcción de la torre más famosa de Francia
Eiffel, de Martin Bourboulon, comienza con el clásico rótulo que anuncia que la obra está basada en una historia real. Un cartel esperable al situarnos ante una película que lleva por título el apellido de uno de los ingenieros civiles más famosos del mundo. Se trata, por supuesto, de Gustave Eiffel, el responsable de la torre epónima, símbolo indiscutible de París e, incluso, de Francia. Sin embargo, en este letrero inicial hay algo más, la cinta está “inspirada libremente en hechos reales”. Nadie me lo ha confirmado, pero estoy seguro de que esta parte inventada no es otra que la trama amorosa. Un romance que se entrecruza y atraviesa al argumento central, que es, por supuesto, la construcción del monumento parisino.
De primeras podría parecer que los entresijos tras una obra de ingeniería del siglo XIX no tienen mucho interés para la ficción moderna. No es así o, al menos, el grupo de guionistas tras la película de Bourboulon consiguen que no lo sea. La cinta arranca con la finalización del proyecto previo de Gustave Eiffel, la estructura interna de la Estatua de la Libertad de Nueva York. Se adentra entonces en su búsqueda de un nuevo trabajo. Él quiere que le adjudiquen el metro de París, pero el gobierno francés prefiere que diseñe una estructura para la Exposición Universal de 1889. Surge ahí el romance. En una cena, el ingeniero se reencuentra con un amor prohibido de su juventud. Viendo en la construcción de la torre una forma de estar cerca de ella, acepta el encargo.
Siendo París la ciudad del amor por antonomasia, no es de extrañar que se trate de edulcorar este drama histórico con un romance. Sin embargo, es justamente esta trama la parte menos convincente del filme. Si resulta poco innovadora en su contenido es por su forma de dialogar y relacionarse con la trama principal. Evitando entrar en pormenores, es el clásico relato de un amor juvenil imposible y frustrado. Una pareja de distinta procedencia obligada a distanciarse por los códigos sociales de la época. Además, la forma de introducir esta línea argumental, mediante continuos flashbacks, no resulta particularmente arrebatadora. Aunque funciona, no entusiasma, sobre todo, si tenemos en cuenta esa idea inicial de que es probablemente la parte del guión creada con mayor libertad.
Por la contra, la otra trama es increíblemente atrayente. La torre Eiffel fue una obra de ingeniería terriblemente novedosa por su material, hierro, y ambiciosa en su altura, 300 metros. Como comparativa, hasta la fecha el monumento más elevado era el obelisco de Washington en Estados Unidos que no llegaba a superar los 170 metros. Fue un proyecto atrevido y rodeado de polémica hasta el punto de que el Papa se oponía a su construcción. Asimismo, apoyado en una magnífica factura técnica, Bourboulon consigue con éxito recrear ese París del Moulin Rouge y Toulouse-Lautrec. Lo hace con una fotografía de tonos ocre que recuerda a la serie Peaky Blinders. En este sentido, deja al público expectante ante su próximo trabajo, la adaptación de Los tres mosqueteros de Dumas.