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En las aguas de ‘Mediterráneo‘, Marcel Barrena resalta, con fidelidad y cariño, la labor desinteresada del salvavidas Oscar Camps en el naufragio de Lesbos de 2015
Desde la fotografía de un niño ahogado, hasta un mar con miles de náufragos. De una imagen a la otra transita el director de 100 metros, Marcel Barrena, en Mediterráneo. Tal odisea no es gratuita, su intención es narrar el origen de la ONG Open Arms, fundada por Oscar Camps. A pesar de ser un mero socorrista, decide ayudar a los refugiados turcos que migraran a Grecia huyendo de la guerra. Así, se traslada a Lesbos con su mejor amigo y compañero de trabajo, Gerard Canals. Al aterrizar, descubren que son muchos los que arriesgan su vida cada día cruzando el mar en precarias embarcaciones. Para su sorpresa, no solo nadie intenta rescatarlos, sino que dificultan sus acciones. Por ello, la hija de Camps, su socio y un fotógrafo, se unen a la misión. Juntos, forman un equipo crucial en el naufragio del 29 de octubre de 2015.
El cineasta relata, a través del tradicional viaje del héroe, una historia de generosidad, teñida de una crueldad pasiva y silenciosa. Pues, no son pocos los enemigos contra los que tiene que luchar el protagonista. En primer lugar, la temida marea que todo lo arrasa. En segundo, el mayor apoyo y la peor de las adversidades: el ser humano. Mientras que unos lanzan al abismo a las víctimas con salvavidas de cartón, otros cruzan sus brazos ante quien intenta llegar a la orilla. Estos son los traficantes que venden los pasajes desde Turquía, los guarda costas y la policía griega. Mediterráneo alcanza a plasmar la frustración y la pena de los socorristas al encontrarse con almas miserables. Denuncia, reiterativamente, la inacción política con una voz rabiosa y comprometida con un cambio real, cuya sinceridad incapacita la diplomacia.
Uno de los grandes obstáculos a los que se debe enfrentar el protagonista es su iracundo carácter. Cual viejo lobo de mar, su personalidad es cortante y recelosa de su intimidad. Privacidad que no comparte ni con su hija, Ester, con la que vuelve a vivir después de cuatro años separados. De igual forma, relacionarse con el resto del grupo también le resulta arduo en ocasiones, a pesar del respeto que le procesan sus compañeros. Aun así, se ve obligado a superar sus carencias sociales para movilizar la misión. Su evolución no podría ser de otra manera, puesto que el fin último del filme es enseñarnos que cualquiera puede hacer lo correcto.
Marcel Barrena vuelve a inundar de lágrimas las mejillas de sus espectadores. No obstante, se aleja del optimismo propio de la temática de superación personal. Deja espacio para la ternura, incluso se focaliza en ella, pero no abusa de su poder. De hecho, la contrasta con planos asociados al suspense para recalcar la terrorífica posición en la que sitúa a los personajes. Tal efecto está tan bien logrado que provoca frustración en el público. Sin embargo, tras la tempestad, viene la calma. La narración se mueve con sutileza en medio de picos de acción. Asimismo, ciertas escenas ofrecen un descanso necesario entre tanta tragedia, respiro que en ocasiones se estira tanto que desvía la atención. Con todo esto, la ejecución del director promete menos de lo que ofrece, en una obra que agita corazones y conciencias.