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Con sencillez y suavidad, Lara Izaguirre nos lleva con ‘Nora‘ a las entrañas de la costa vasca para plantearnos una íntima autorreflexión existencial
La directora vasca, Lara Izaguirre, nos invita a viajar en Nora en el asiento de atrás de la furgoneta de su protagonista, a la que le debe el nombre el filme. La joven vive en un pueblecito vasco con su abuelo Nicolás, a quien adora y cuida. A pesar de sus esfuerzos por encontrar empleo, se ve encerrada en su rutina, hasta que un día, su abuelo fallece. Para cumplir su última voluntad, llevar sus cenizas junto a las de su mujer, la nieta viaja por la costa del País Vasco. Aunque empieza siendo un relato sobre el duelo, desencadena en una travesía hacia la reinvención y en una oda a la importancia del autocuidado. Esta la emprende con humor y temperamento Ane Pikaza, elevando la pieza con pasión, pero sin excederse.
Nora realiza un road trip físico, sin embargo, su evolución es incorpórea. Experimenta tempestades y episodios de calma que remiten a lo más profundo de su ser, a sus preocupaciones y a sus deseos olvidados. A veces, camina sola y, en ocasiones, acompañada, pero teniendo siempre presente que a la meta debe llegar por su propio pie. Como resultado, la finalidad es difusa y no comparte competidores, de hecho, es diferente según la persona. De ello habla en su pieza la cineasta, de suprimir el concepto de productividad que mide la valía del individuo. Así, refleja una conclusión de la que nos estamos dando cuenta en esta crisis económica. A esta la sucede una espiritual, a la cual el éxito le viene grande. Sobre todo, siendo una mujer cineasta, cuya inserción laboral todavía es extraña y se realiza a cuentagotas. Con tantas variables, la obra se pregunta lo mismo que sus espectadoras: ¿A dónde pertenecemos?
En su segundo largometraje, la cineasta sigue con la estética naturalista de Un otoño sin Berlín, a la vez que refina el tratamiento de la imagen. Por consiguiente, la atmósfera es más luminosa y realza el carácter tanto hostil como apacible del paisaje vasco. A través de estos recursos, realiza preciosas metáforas visuales integradas en la trama que espolvorean con magia su desarrollo. Su temática forma parte de la tendencia de películas del estilo de La boda de Rosa, las cuales pasan el test de Bechdel con nota. Así, son capaces de reafirmar las preocupaciones reales de las protagonistas, sin depender del desenlace romántico y tratando la búsqueda de su identidad. De esta forma, al igual que otras creadoras españolas del panorama audiovisual actual, Lara Izaguirre reclama un lugar en la mesa para todas nosotras.