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Entre tenedores y cuchillos, Christoffer Boe denuncia meticulosamente en ‘Un bocado exquisito‘ la superficialidad del prestigio y los peligros de seguir su estela
El director danés Christoffer Boe describe en Un bocado exquisito los arduos esfuerzos del matrimonio de Maggi y Carsten por conseguir la codiciada Estrella Michelin. Aparentemente tienen una vida perfecta, pues llevan un popular restaurante que les otorga estatus social y económico. Además, forman una familia idílica, con dos hijos afectuosos y amigos que les respetan y admiran. Sin embargo, al no darse cuenta de su fortuna, la codicia llega a ponerlo todo en peligro. El cineasta expone las dificultades que les amenazan en clave de suspense, manteniendo la intriga en pequeñas dosis dilatadas en el tiempo. Este tono se ve sustentado por unas elecciones técnicas impactantes que van de la mano de su narrativa, cuyo erotismo no eclipsa la trama principal. La seducción se asocia con la gastronomía orgánicamente, lo que le permite desplazarse dentro de su temática y otorgar profundidad al largometraje.
Maggi y Carsten son una pareja con una química que recuerda a un retrato más maduro de Sr. y Sra. Smith. A pesar de ser una unión superficial y primitiva, desprende cariño y compromiso, sobre todo con sus niños. Por consiguiente, son personajes creíbles, aunque encajen dentro de la hipersexualizada proyección de su profesión presente en la película. Su sensualidad está unida a la ambición del dúo, quienes la manifiestan de forma distinta. Él es diligente, se centra en su objetivo unilateralmente, obteniendo resultados con rapidez y dejándose dominar por sus deseos de perfección. Por otro lado, ella es capaz de ver más allá y abordar diferentes obstáculos para ayudar a su esposo. Al no comprender los límites y llevar sus estrategias demasiado lejos, realiza acciones poco acertadas.
El creador de esta cinta, Christoffer Boe, transmite cómo la inalcanzable belleza del arte culinario encierra una violencia que derrocha obsesión, pasión y fracaso bajo unas luces irresistibles. Esta elevada estética rememora relatos sobre otras industrias. Es el caso de Neon Demon o la versión original de Suspiria entre otras. De igual manera, alimenta un estado de tensión continuo mediante elementos visuales, pero manteniendo un nivel de contraste lumínico más bajo. Así, los momentos íntimos pueden plasmarse sin desencajar, a la vez que conserva la pulcritud del resto del filme. Ejemplo de su increíble minuciosidad son los detalles, apreciables hasta en las escenas menos glamurosas. Su dedicación logra transmitir la obcecación que asfixia a los protagonistas y que muestra al espectador que el verdadero éxito no está grabado en una placa.