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A partir de un tratamiento tan cómico como humano, Sandra Kogut en ‘Tres veranos‘ realiza un espontáneo retrato de las desigualdades del Brasil contemporáneo
Una vez al año, el ostentoso matrimonio de Marta y Edgar celebra una desmesurada fiesta navideña regentada por Madá. A través de su mirada, la película de Sandra Kogut, Tres veranos, nos muestra la realidad de tantas mujeres invisibles de clase obrera. El modo en el que el servicio se resigna al increíble escalón que diferencia a los estatus en Brasil, se afronta con despreocupación y desparpajo. Se debe a la soltura de la protagonista, aunque también al estilo naturalista del conflicto. Al ser existencial, se centra en retratar con veracidad las conductas de los personajes. De esta forma, las situaciones divertidas esconden la tragedia, como lo hacen los individuos que luchan por sobrevivir en una posición injusta e inamovible.
El filme nos sitúa en la forma de vida de dos grupos: los señores y los criados. Mientras que los primeros son arrogantes y maleducados, los sirvientes resultan dulces y naturales. La empatía que desprenden los segundos se ve sustentada por la tierna interpretación de Regina Casé, cuyo carisma nos guía de la mano con suavidad. La actriz encarna a una asistenta generosa, graciosa e inteligente y que, paradójicamente, es la que más riqueza posee. Ejemplo de ello es su preciosa amistad con el Sr. Lira, quien no comparte ni las maneras ni los ambiciosos intereses de su hijo. Junto a su vejez, le vale la marginación de la familia, de la cual es consciente Magdalena. Por consiguiente, le otorga el cariño que necesita y, a cambio, el anciano se lo agradece compartiendo sus conocimientos con ella.
La pieza se divide en tres veranos: el del 2015, el del 2016 y el del 2017, siendo cada uno la consecuencia del anterior. Mediante estos, se denuncia la violencia de una María Antonieta y un Luis XVI contemporáneos cuya estrafalaria crueldad es fiel a la brutal realidad de Brasil. A pesar de su liviana exposición, quedan patentes las sustentadoras acciones de los opresores para conservar la abismal brecha que separa la sociedad. Es más, pretenden perpetuarla aprovechándose de la incultura de la clase trabajadora, a sabiendas de la educación que se les ha negado. Puesto que les sirve para legitimar su casta y condenar a aquellos que no pertenecen a ella. Los privilegios son monetarios y morales, de hecho, la ética desaparece para quien puede pagarla y traspasar su responsabilidad y castigo.
Sandra Kogut es reiterativa en su preocupación por la jerarquización en su filmografía por medio de obras audiovisuales como Campo Grande. A la vez, combina en sus relatos la escasez económica con la inmigración desplazando a sus protagonistas, no solo físicamente, también por sus condiciones sociales. Para manifestarse hace uso de una estética informal que bebe mucho de su experiencia con el videoarte. Ello contrasta con el carácter de sus escenas, las cuales se complican para conducir a desenlaces inesperados, pero con el añadido de la sinceridad del documental. Su planteamiento naturalista choca con un desarrollo tiznado de un surrealismo que subraya su atractivo. Así, la cineasta nos recuerda que no hace falta mirar una pantalla para ver que los terroríficos regímenes distópicos habitan al otro lado del océano.