- El rey de todo el mundo | Himnos sin voz - 10 noviembre, 2021
- Madres paralelas | Desenterrando raíces - 6 octubre, 2021
- Mediterráneo | El terror del mar - 1 octubre, 2021
Con un magnetismo envolvente, Michael Haussman nos lleva a 1823 en ‘El rey del fin del mundo‘ para componer una versión benévola del conquistador James Brooke
A principios del siglo XIX el oficial británico James Brooke se convirtió en el Rajá de Sarawak tras amenazar al Sultán de Brunéi con fuerzas militares. En 2021, el director Michael Haussman romantiza en El rey del fin del mundo el colonialismo inglés para exponer el brutal poder de la naturaleza. Con este fin, el protagonista, interpretado por el carismático Jonathan Rhys Meyers, es un expedicionario pacifista acogido por los futuros malayos. Como consecuencia, el príncipe Bedruddin, emisario del Sultán, se enamora de su benevolencia y desafía a su cogobernante, el príncipe Bokota. El investigador acepta convertirse en rey, arrastrado por el encanto de Fátima, con quien contrae matrimonio rápidamente. Por otro lado, los Piratas Lanun amenazan la isla e Inglaterra desea convertirla en una de sus colonias. Así, se ve envuelto en un conflicto bélico mientras intenta instaurar la igualdad de su orgánico estilo de vida.
La idealización de los hechos originales convierte al personaje histórico en un hombre sosegado que solo ansía redimirse. De hecho, se ve en medio del enfrentamiento de dos culturas: con la que se crió y de la que se prendó. El conflicto es interno y externo, ya que no es aceptado como un nativo más, aunque poco a poco se aleje de su educación anglosajona. Es más, llega a despreciarla y a adoptar la esencia de la indomable jungla. Esta es personificada por su esposa, poseedora de la sabiduría y la sensualidad tribal. Claro está, fetichiza la cultura oriental, perpetuando el discurso del hombre blanco desde una perspectiva más sutil. De esta manera, eleva unos valores preconstruidos por la cultura occidental que encasillan a las civilizaciones que se alejan del canon colonial en unos hábitos místicos e, incluso, eróticos.
La delicadeza e intimidad del segundo largometraje de Michael Haussman acerca más el filme al drama que al género de aventuras. Es el resultado de un onirismo propio del videoclip, cuya fórmula domina tras dedicarse a ella durante la mayor parte de su carrera audiovisual. De tal modo que logra crear una experiencia sensorial que representa la paradisíaca selva de Sarawak como si de una utopía natural se tratase. Además, la belleza que desprende su estética se transforma con el incremento de la violencia en la narración. Por consiguiente, transmite con desasosiego las consecuencias del orgullo de los reyes, el cual mata a sus súbditos hasta dejar huérfanos sus imperios.