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En su última película, ‘Charlatán’, Agnieszka Holland recupera la figura de un curandero checo, particular en sus métodos e inescrutable en sus intenciones
Los hay amarillentos y dorados, pero también verdosos o más anaranjados y nácar. Algunos tienen bastante poso, otros, solo unas pocas partículas que flotan, giran y danzan al agitar el recipiente de cristal. En ocasiones, como cuando el riñón ya ha fallado, se pueden encontrar pequeñas cantidades de sangre. Por supuesto, no hablo de caldos de vinos blancos, sino de muestras de orines, micciones, meadas o pis. Fetiche para algunos y una guarrada para otros, cambiar el agua al pajarito es un proceso natural e inevitable. Lo que ya es más atípico es ser capaz de detectar enfermedades con la simple inspección ocular de este liquidillo amarillo. Esta fue precisamente la destreza que hizo famoso a Jan Mikolášek, protagonista de Charlatán, la última película de Agnieszka Holland.
Una cinta con la que la directora de Spoor recupera la figura de un checo ya no tan conocido, pero que fue muy popular en su tiempo. De nuevo, otro biopic de época en la filmografía de Holland. Mikolášek nació a finales del siglo XIX y combatió en la Primera Guerra Mundial. Su práctica como curandero la desarrolló, primero, en la Bohemia ocupada por los nazis y, después, en la Checoslovaquia comunista. La película abarca todo este periodo, desde sus inicios como hijo de un jardinero y aprendiz de sanador, hasta su caída en desgracia. En cierto sentido, por esto último, recuerda a la obra de Milan Kundera. Más allá de en La insoportable levedad del ser, el moravo ha abordado este tema profusamente y con brillantez en muchos otros de sus títulos.
Sin embargo, en Charlatán las desavenencias con los gobiernos no sirven como motor de cambio en las vidas de los personajes principales. En su lugar, la polaca las emplea para presentar a Mikolášek como un hombre voluble en sus afectos y vinculaciones. En definitiva, un interesado, ¿o no? Lo cierto es que la duda permanece a lo largo de toda la cinta. Holland consigue, trabajando con varias líneas temporales en diálogo, construir a su protagonista desde la incógnita. ¿Era un charlatán o un curandero? ¿Sanador o farsante? No está claro. Como tampoco llegamos a comprender sus motivaciones reales. ¿Qué le empuja en su labor sanitaria? ¿Es humanismo o pura vanidad?
Para conseguir esta tridimensionalidad juega un papel fundamental la acertada dosificación de la información y un correcto orden de la misma. Algo que Holland domina. Ni siquiera tras el giro final me atrevería a poner la mano en el fuego para sentenciar que Mikolášek es egoísta, cobarde o vampírico. En su traición, como ocurre en la vida real, hay mucho más. Al final, en este mundo sobrevive quien consigue mantenerse y, como era el caso del protagonista de Europa Europa, puede, tras pasar por mil desgracias, salir a la lluvia a echar un meo.