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En su última película, ‘La mujer del espía’, Kiyoshi Kurosawa plantea un thriller que pasa al drama intimista para, finalmente, reflexionar sobre el valor del cine
Kiyoshi Kurosawa se atreve con todo. Con predilección por el drama —y con este siempre como telón de fondo—, también ha abordado el terror, el suspense, en ocasiones la comedia y el thriller. Es en este género en el que se inscribe su último trabajo, La mujer del espía, pero sin llegar a empaparse de él. Digamos que el realizador kobense no salta a la piscina, más bien se acerca al borde y se moja los pies. La cinta es, ante todo, un drama de época sobre espionaje en el Japón de la II Guerra Mundial. Una película de tono intimista en la que el corazón de la historia es una relación matrimonial. Con esta, el nipón sigue ampliando su ya larga filmografía, pero sin perder lo que más la caracteriza, una particular sensibilidad.
Los personajes de Kiyoshi Kurosawa siempre caminan paralelos a la tragedia. Una tragedia que a veces nace del momento social, como en Tokyo Sonata, donde ya auguraba los estragos de la inminente crisis económica del 2008. O a la que da la oportunidad de enmendarse, como hacía con el planteamiento fantástico desde el que abordaba la muerte y el luto en Journey to the Shore. Y es que la desgracia parece estar eminentemente vinculada a la sociedad japonesa. Así lo apuntaba también otro estreno reciente, El teléfono del viento de Nobuhiro Suwa.
Sin embargo, en La mujer del espía la tragedia no es otra más que la propia de un país en guerra. Un contexto en el que el realizador nos presenta a un matrimonio obligado a elegir entre sus ideales y los de su nación. Entre ser traidor o colaboracionista. Una decisión que se materializa con claridad en una estética en tensión entre occidente y oriente. Tradición y modernidad. No es lo mismo beber whisky importado que nacional. La elección no es banal, ya que hasta en el hacer con unas sedas un vestido o un kimono se revela un posicionamiento político.
No cabe duda de que el pasado colonial del país asiático ha dejado cuentas pendiente y heridas sin sanar. En este sentido, en La mujer del espía, Kurosawa emplea el metacine para escarbar en algunas de las atrocidades cometidas por el gobierno nipón durante la contienda. Así, uno de los protagonistas de la cinta es un cinéfilo obsesionado con rodar sus propias películas. Una afición que le lleva a recoger con su cámara los horrores cometidos por el ejército imperial en Manchuria. La bovina resultante se transforma en una prueba fundamental para cambiar el transcurso de la guerra. Una elección narrativa que, por un lado, evidencia una vez más el valor del cine como dispositivo de registro. Por otro, prueba la importancia del medio como método para articular la memoria colectiva.