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La remasterizada película de ciencia ficción ‘Friendship’s Death’, concebida por el difunto crítico Peter Wollen, vuelve al Septiembre Negro como si de un futuro distópico se tratase para debatir en profundidad sobre la pérdida de la humanidad
Como homenaje al crítico Peter Wollen, fallecido en 2019, Atlántida Films Festival estrena en esta edición la remasterización de su filme Friendship’s Death. Cuenta como la extraterrestre Amistad aterriza por error en Amán y conoce al derrotista periodista Sullivan. Comparten opiniones y crean un fuerte vínculo a la vez que se desencadena el Septiembre Negro fuera del hotel en donde se hospedan. El contraste entre ambos conforma el tono, que combina la frivolidad de él con la ternura de ella. Se aleja del drama, pese a su preocupación acerca de la resistencia de los condenados y los desesperados. Así, reflexiona con fluidez sobre la culpa, el dolor, la memoria y la seguridad para hablar de la grave realidad con un comedido sentido del humor.
Bill Paterson interpreta al humano que no tiene fe en su raza, mientras que Tilda Swinton representa a una marciana pacifista de la galaxia Procyon. Los dos se retroalimentan a lo largo de la trama a través de perspicaces diálogos que muestran la evolución de cada uno. Poco a poco, el reportero se desprende de su soberbia y mira más allá de su inicial nihilismo. A diferencia que ella, cuya misión se ve imposibilitada al enfrentarse con su supervivencia. La empatía es el concepto que preside la habitación donde se alojan. Uno carece de ella y la otra se sacrifica por el bien común. Es irónico como el robot es quien descarta la superioridad moral para poder alcanzar la paz.
No es de extrañar que la pieza sea de ciencia ficción, puesto que la actual insensibilización ante la crueldad resulta totalmente espacial. Las conversaciones entre los protagonistas definen el individualismo, como consecuencia y causa de la violencia. El director comprende que desentenderse para salvarse nos mata, indiferencia que está ahora mismo más presente que nunca con el acelerado deterioro del planeta. Sin embargo, respecto a su enfoque, ha quedado totalmente obsoleto. La perspectiva futurista de la tecnología imperante culturalmente, y por ende, en la industria cinematográfica, ha cambiado. En el largometraje el androide trae la esperanza con su bondadosa inocencia, ya que su sabiduría no está contaminada por la maldad de su entorno. Todo lo contrario a obras como Ex Machina o la aclamada Black Mirror, en donde la digitalización es una extensión de la autodestructiva ambición terrícola.
Peter Wollen nos invita a comprender la humidad a partir de una máquina en una película bélica en donde no se presencia la lucha. Con escasos recursos, apenas elenco y entre cuatro paredes, salva astutamente la falta de acción con la química del dúo. Su narrativa delata a un cinéfilo experimentado y conocedor del género que logra adaptarlo a su estilo. De esta manera, expone su intranquilidad ante la carrera armamentista de la Guerra Fría y cómo sus secuelas nos convierten en víctimas y verdugos. Entretanto, la desoladora falta de pertenencia de los palestinos la personaliza la autómata, otra extraña en Jordania. El autor concluye la pieza de forma agridulce, dejando un rayo de luz ante un futuro que hoy se sigue avecinando convulso.