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El periodista radiofónico, Javier Tolentino, trata de capturar la omnipresencia de la música en la sociedad iraní con su primera película, ‘Un blues para Teherán’
En Irán, la música está presente en todos los aspectos de la vida. En la ciudad la encontramos por las calles, en comercios, bares, peluquerías o en el interior de las casas. Pero también la escuchamos en las aguas del Caspio y en el rural, donde los trabajadores cantan al término de su jornada laboral. El folclore lo impregna todo. Sin embargo, donde parece no haber música en el país persa es en su cine. Al menos no en ese cine que surge de la Nueva Ola iraní, tan fuertemente influenciada por el Neorrealismo italiano. Tal vez sea esta característica la principal razón de su ausencia. El español Javier Tolentino ha tratado de subsanar esta falta con su primera película, el documental Un blues para Teherán.
En ella, Tolentino recoge esa omnipresencia de la música en la sociedad y la cultura iraní. Lo hace con planos hermosamente compuestos, fijos y de larga duración en los que prima la observación. Pero también con otros menos trabajados visualmente que atienden a la cotidianeidad y lo espontáneo. El diseño sonoro, por supuesto, es lo más cuidado. Desde el minuto uno la cinta recuerda a Makhmalbaf, Farhadi o Panahi, pero, sobre todo, al cine de Kiarostami. Unas influencias que el realizador salmantino no trata de ocultar. De hecho, sus personajes hablan de estos directores cuando llegan a esa reflexión sobre la ausencia de música en las cinematografías nacionales.
En Un blues para Teherán queda patente el amor del realizador por el país asiático. La cámara de Tolentino recorre Irán parándose en aquello que le interesa o capta su atención. Sin duda, logra capturar su belleza y diversidad, que se concreta en el choque entre modernidad y tradición. Sin embargo, falta capacidad de edición. El director peca de tratar de abarcar demasiado. En la cinta se habla de política, religión, problemáticas sociales, de amor y matrimonio, de cultura, poesía, cine y, por supuesto, de música y folclore. Todo esto hace que la obra carezca en ocasiones de la suficiente cohesión. Habría bastado con que se centrase en la música y el retrato ya habría sido de lo más maravilloso.