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No es solo una parábola que nos enseña a cuestionar la autoridad, ‘La vida de los demás’, del iraní Mohammad Rasoulof, nos insta a actuar poniéndose él mismo como ejemplo
El último largometraje de Mohammad Rasoulof, La vida de los demás, está compuesto por cuatro segmentos que configuran parábolas que están conectadas entre sí. Mecanismo al que el cineasta iraní recurre para burlar la prohibición de realizar películas que le impuso el gobierno de su país. Y como ocurría con Jafar Panahi, al que también le prohibieron hacer cine, el resultado es una burla al sistema. Es curioso que la cinematografía iraní, que es una de las más fecundas del mundo, esté limitada por tantas restricciones. O quizás sea precisamente por eso. El arte encuentra sus cauces de expresión para burlar los sistemas cerrados. Si no fuese así, y no encontrase ningún tipo de barrera, ¿podría ser considerado expresión artística? Un cine que no ofrece algún tipo de resistencia, o que pueda incomodar a alguien, no es más que un producto de mercado listo para consumir.
La vida de los demás se resuelve en dos horas y media que es el tiempo que duran los cuatro segmentos que Rasoulof encauza. En una declaración, abiertamente crítica, que se posiciona contra la pena de muerte en Irán, la cinta amalgama diferentes historias. Estas narraciones funcionan porque el hilo que las une es muy sutil, pero suficientemente resistente para enfrentarse a una contundente declaración final que se convierte en enseñanza de vida. Si bien el recurso de engarzar diferentes historias interconectadas no siempre resulta bien, aquí se resuelve impecablemente porque componen un corpus íntegro, cuyos segmentos funcionan con autonomía.
La crítica social al sistema de ejecuciones es además una crítica al individuo. ¿Tiene sentido prolongar la propia vida a costa de la vida de los demás, o nuestra felicidad a costa de la desgracia de otros? En sociedades en las que el hedonismo consumista nos insta a ser cada vez más individualistas, el cineasta iraní nos convoca para que cuestionemos la autoridad. En Irán las ejecuciones, muy a menudo, las tienen que realizar soldados reclutados. No pueden negarse a cumplir una orden del gobierno, aunque vaya contra sus propias convicciones. En realidad la película es soberbia cuando, por añadidura, entendemos que la enseñanza que está transmitiéndonos el iraní la está llevando él mismo a la práctica. Revelándose contra la orden que le impedía hacer cine, Rasoulof nos incita no solo a rebatir la autoridad, sino a que pongamos en marcha nuestra propia maquinaria de desacato para salvaguardar no la vida, sino la vida en valor.