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La ópera prima de Miguel Mejías, ‘La viajante’, es un cine trabajado desde la imagen, que transmite con la cámara lo que su protagonista no puede sentir
Un viaje a ninguna parte. La sensación de huida y la necesidad de escapar. La soledad ante lo eterno. Estos parecen ser los objetivos y sentimientos de la protagonista de La viajante. Un filme dedicado a la sensibilidad de los fotógrafos, y casi un homenaje a ellos. En esta película, su director Miguel Mejías y el director de fotografía Pablo G. Gallego, se centran en mostrar con todo, el universo interior y exterior de un profesional de la cámara. Su pasado, su presente, su entorno, su futuro. La vida de una camarógrafa en cine. Desde dónde nace la idea y el sentimiento, y hacia dónde va, así como termina.
La protagonista, Ángela, siente vacío frente a su rutina diaria. La soledad entre luces y personas o el ensimismamiento en uno mismo, son sentimientos patentes en el personaje, que decide huir ante un aparente agobio de la nada. Es la reciente muerte de su madre lo que no le ayuda a superar su depresión. Cansada, entonces, se va de viaje en coche sin ningún objetivo ni interés más que huir. Esta es la trama de La viajante de Miguel Mejías. Y se resume en la primera imagen. Un insecto dado la vuelta. Un intento eterno por caminar y avanzar. Nihilismo del bueno.
Porque La viajante es una película para experimentar. Cine de sensación, que te atrapa levemente, y poco a poco con su drama de isla. No se debe asustar el espectador por su frivolidad y su poca euforia. Miguel Mejías ha decidido llevarnos de viaje con un personaje que no sabe transmitir sus sentimientos. Y eso es difícil de tragar y digerir. Nadie se libra de algún comentario cliché, ni de un toque final algo frívolo, que no ayuda del todo. Sin embargo, merece la pena ver la puesta en escena, y la psicología de la cámara empleada. No es una película de palabras, es una experiencia del vacío.