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La vibrante experiencia sensorial que propone Dalibor Baric en ‘Accidental Luxuriance of the Translucent Watery Rebus’ desafía las convenciones del cine para transportarnos a un lugar en el que un Tarkovsky hipercoloreado se encuentra con el último Godard
Desde el minuto uno Accidental Luxuriance of the Translucent Watery Rebus nos mantiene expectantes. No solo por la sucesión de imágenes que buscan captar nuestra atención en un viaje hacia lo desconocido. También porque la susurrante voz en off, que no podemos dejar de escuchar atentamente, seduce nuestros oídos con mensajes que nos llevan a una dimensión metafísica. “La realidad es un escaneo más o menos constante de patrones. Todo lo que veo son errores de grabación. Todo lo que escucho son errores de grabación. Podría tener razón. Podría estar equivocado. No sé qué me asusta más. Soy una especie de cápsula que flota en el espacio profundo en el que el tiempo pasa, pero la vida, de alguna manera, se ha detenido”. Absorbente escritura de la imagen complementada con una literatura de ficción que nos trasporta a los mundos de Ursula K. Le Guin.
El incandescente trayecto que nos propone Dalibor Baric es apasionante y vibrante. Empleando métodos como la rotoscopia y el collage fílmico y convirtiéndose en un hombre orquesta que edita, escribe el guion, e incluso compone la música, ha logrado lo inaudito. Crear una pieza de arte de indudable autoría que nos remite a la avant-garde de artistas como Bruce Conner, en su vertiente fílmica, y cineastas como Guy Maddin. Aunque tampoco podemos olvidar la similitud con las últimas películas de Godard, si bien el enunciado estético y lírico de Baric es más primoroso. Con una narración densa y audaz que nos trasporta a paisajes sensoriales Accidental Luxuriance of the Translucent Watery Rebus se remonta al inicio de la animación para formular una imprecisa trama con abundantes guiños al cine negro. Nada es cierto, las veladuras son recurrentes. Sin embargo, la cautivadora retórica nos envuelve.
Aunque la liquidez de la imagen pospone la revelación, tras el horizonte que divisamos encontramos la incandescencia del signo en sus latentes acertijos. Estos buscan alcanzar lugares inauditos que nos arrojan a panoramas ambivalentes entre lo que imaginamos y la realidad. Y entre los distintos materiales propuestos, reconocemos un mundo extraño, pero nuestro. Al encuentro con el cine para revisionar la metodología de Tarkovsky y Cronenberg. Fascinante alegoría jeroglífica de un mundo contemporáneo de apariencias, espejos y siluetas que han sustituido lo humano. Y a pesar de ello, de las incertidumbres y las conjeturas, el realizador croata reflexiona sobre el papel del cine y de la vida con un ímpetu que coloca su obra en un lugar privilegiado. Desde ahí tenemos opción de ver su filme en un bucle interminable que quizás nos ofrezca, finalmente, alguna certeza. Aunque no sea así, el recorrido propuesto, desde luego, vale la pena.