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La historia de una ruptura sirve a David Färdmar para exponer en su primer largometraje, ‘Vivir sin nosotros’, la toxicidad de las relaciones homosexuales
El Zeitgeist es un concepto filosófico que se refiere al espíritu de una época, a su clima intelectual y cultural. Un término que en el cine puede asociarse con la capacidad de un director para plasmar la sociedad y tiempo en que vive. Pues bien, siendo generoso, podría decir que Vivir sin nosotros es una cinta que, como mucho, habría sido pertinente en el año 2015. 2010 si me pongo quisquilloso. La película bebe de una no tan larga, pero sí reseñable, tradición de cine queer. Narra, sin pasar por alto lo sexual, la historia de una pareja gay como lo hace Weekend de Andrew Haigh. Es explícita como La vida de Adele o la heterosexual Love, de Gaspar Noé. Y se centra en la dificultad de dejar atrás un amor tóxico como hacía Happy Together, de Wong Kar-wai. Lo que no comparte con ninguna de ellas es la época.
La película, que supone el debut de David Färdmar en el campo del largometraje, relata las idas y venidas de una pareja homosexual al romper. Esto no nos es ajeno a muchos, así que nos preguntamos: ¿cómo lo habrá representado? Bien, hay aciertos y desaciertos. Por una parte, el director coloca en primer plano respiraciones y plantea silencios que evocan las tensiones de una ruptura. Vamos, que es capaz de escenificar la tensión. A veces, incluso, el dolor y lo inefable. Por otra, presenta a unos personajes muy poco autoconscientes, apenas emocionales y nada diversos. Los cuatro o cinco chicos que aparecen en la cinta son versiones del mismo tipo de persona: el homosexual neoliberal, responsable y modosito. Aunque esta falta de variedad se emplea inteligentemente para abordar el fenómeno de emparejarse con una persona idéntica a la anterior, también evidencia una percepción tremendamente pequeña del mundo queer.
Supongo que es pronto para saberlo, pero creo que el Zeitgeist de nuestra época es un grito feminista, antirracista e inclusivista. Algo que en las artes se traduce en un clamor por la representación. El problema es que ya no nos vale cualquier tipo de representación. No es suficiente con ver a mujeres transexuales como prostitutas o a maricas siendo el bastón cómico de su mejor amiga. ¡No! ¡Queremos más! Nos hemos cansado de tópicos y personajes estereotipados. En este sentido, Vivir sin nosotros termina siendo un desfile de los comportamientos más tóxicos y tradicionales de la comunidad gay. Y es una pena. Es una pena salir del cine habiendo visto una réplica de tu amigo menos deconstruido y que detrás de ella no haya la más mínima reflexión.
A lo largo de la historia, el protagonista es reticente en varias ocasiones a ser el pasivo en el sexo. Claramente este comportamiento puede leerse como una consecuencia de su carácter controlador y probablemente en parte lo sea, pero, ¿qué hay detrás? Misoginia y homofobia asimilada y reprimida. En la misma línea, varios personajes hablan de gestación subrogada, ya sea mediante alquiler o a través de la amiga lesbiana, sin cuestionarse nada. Es decir, la película consigue proponer temas interesantes, pero lo hace sin generar debate. Vivir sin nosotros presentar una visión muy limitada del amor homosexual y un discurso que resulta desfasado para el año de su estreno.