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‘Todas las lunas’ es una película que Igor Legarreta consigue narrar en clave literaria, sorprendiendo, aun así, al carácter propio del cine vampírico
Si alguien narrara una historia sobre una niña vampiro que existió a finales del siglo XIX ¿le creeríais? Si la niña fuese una niña buena, además ¿empatizaríais? Y si os dijeran que la historia es vasca, o que ella habla en euskera ¿qué pensaríais? Igor Legarreta estrena su segunda película, Todas las lunas, y tiene mucho que contar en ella. Amor, miedo, fe, muerte. Todos estos son los temas principales de una fábula fantástica que sumerge al público en un pequeño microcosmos de ficción, muy apartado de la realidad, y muy trabajado. La belleza de la trama funciona como un cuentecito de los que relatan a los niños. Los actores, tanto la protagonista de trece años Haizea Carneros, como Josean Bengoetxea, están espléndidos. Una lástima quizás, algunos recursos de efectos especiales empleados, que debido al escaso presupuesto convierten un par de escenas en material poco verídico.
Todas las lunas es una película de tinte literario. Ambientada a finales del siglo XIX, en pleno cese de la tercera guerra carlista, emplea elementos clásicos para contar una historia de superación, al más puro estilo inglés. La trama, que oscila entre los bildusroman de Dickens, y la literatura gótica de Mary Shelley o Bram Stoker, posee un hilo narrativo y una frescura en su realización que la convierte más en fábula que en cuento, y más en literatura que en cine. Los diferentes procesos de soledad por los que la niña vampiro transcurre, así como la postergación de su encuentro con el personaje de Cándido, son recursos que aportan sabor a una linealidad dada la vuelta. La película ofrece sorpresas, ofrece un tono que después no ejecuta, un tono además, que se termina convirtiendo en algo cariñoso e interesante. Es la promesa de una historia de terror, pero con empatía.
Existirá el espectador que no haga caso a la trama y se centre en su realización. Es cierto que, sin estar mal dirigida, la cinta tiene algo de antiguo y serie b en sus colores y efectos VFX. Es una pena que por falta de presupuesto, y falta también, de una tradición nacional establecida de cine fantástico, su efecto pueda flojear en algunos instantes. Si bien las localizaciones empleadas aportan mucho más realismo que cualquier otro artificio, no son suficiente. Barro, lluvia, lodo, cortezas de árbol y cuevas oscuras. Todos ellos son entornos buscados y rebuscados, capaces de crear una sensación decimonónica mucho más veraz que cualquier otro elemento. Todas las lunas puede servir de ejemplo para el futuro. La película demuestra dos cosas. Una, que los mitos clásicos aún pueden emocionar, siempre y cuando haya un personaje bien construido. Dos, que el cine español necesita más cine, más tradición y más dinero.