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Adaptación del libro ‘Pura pasión’, de Annie Ernaux, la película ‘Passion simple’ se centra en la relación de dos amantes, argumento que hace tambalear la esencia de la novela original publicada en 1991
“A partir del mes de septiembre del año pasado, no hice otra cosa que esperar a un hombre: que me llamara y que viniera a verme”. Con esta declaración arranca la película Passion simple de Danielle Arbid, valiéndose de una bellísima toma que capta la esencia del desconcierto febril de la pasión. Aunque no sabía que se trataba de una adaptación, instantáneamente reconocí el libro. Pura pasión (1991), de Annie Ernaux, me cautivó cuando lo leí por su fuerza lírica. En unos noventa, en los que la energía femenina podía fácilmente quedarse bloqueada o estancada tras débiles argumentarios sociales, este tipo de narrativas ponían voz a su fuero interno. Con la perspectiva de los años, ahora entiendo su posicionamiento feminista y lo importante que en ese momento era definir el deseo femenino. Fuese de la índole que fuese. La mujer como dueña de una voluntad que se proyecta hacia fuera.
En el libro, el hombre, en realidad, es un objeto, una máquina de follar que a ella le sirve para reconocer su anhelo intrínseco. Ernaux escribe sobre la pasión como algo que fluctúa de una cosa a otra. Un empuje innato que nos hace sujetos activos, que toman decisiones. El personaje femenino que protagoniza esta historia está decidido a dejarse llevar por este sentimiento que la arrastra. No importa si él responde a un prototipo de masculinidad tóxica que incluso ella misma aborrece. En realidad, es un cuerpo que ha sido capaz de despertar un mecanismo que la convierte en sujeto activo. Por la voluntad de decisión de entregarse al éxtasis impredecible. En la misma línea, pero mucho más descarnado y soez, con fecha de lanzamiento en 1980, Canción triste de cualquier mujer también ponía nombre al deseo. Otra autora a rescatar para reivindicar la atronadora voz de la urgencia.
Ambos títulos ponen de relieve las zonas oscuras donde habita la llama del paroxismo. Lugares que nos instan a estar a merced de un apetito, de un capricho, de una disposición que nos arroja al fuego de la vida. En este sentido, la fotografía de Pascale Granel tiene momentos sublimes. Los movimientos de cámara fluyen en Passion simple captando muy bien el vértigo de la ingravidez de la pasión. Sin embargo, las decisiones narrativas ofuscan la concepción de un deseo centrado en la mujer. Las escenas de sexo llegan a resultar redundantes y se evidencia cierto manierismo en el acto sexual que resulta agotador. Más allá de esto, la decisión de convertir la historia en un relato de dos, que le resta peso a Laëtitia Dosch, para otorgarle cierta dignidad a Sergei Polounine, hace que lo que podría ser una maravillosa película sobre el deseo femenino, se convierta en romance.
Es posible que por razones comerciales, finalmente Danielle Arbid decidiese no ser fiel al libro original y sacrificar el concepto. Es evidente que la historia ganaría peso autoral si únicamente se centrase en el deseo femenino. Pero según avanza, se pierde en un romance de dos amantes que se encuentran y finalmente tienen que despedirse. Cierta voluptuosidad en la mirada y una carga musical que se utiliza para sensibilizar al espectador, también empañan un filme que sería apoteósico si se redujesen elementos. Y especialmente, si su personaje masculino quedase arrinconado como lo que es, a todas luces, en la novela. Un tótem del amor que despierta en ella un deseo que palpita y se transforma, que le pertenece y le acompaña. Qué lástima que él articule su expresión emocional de tantas formas, entregándose a una lujuria que ha dejado de hablar en femenino, para hablar de nosotros.