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Familias, amigos y comunidades unidas protagonizan una segunda jornada de la Sección Nacional de Documenta Madrid 2021 llena de intimidad y buenas vibras
Ayer en Matadero se respiraba buen rollo. Seguramente se debiese a que era viernes y hacía un tiempo estupendo. Aunque me gusta pensar que algo tuvieron que ver las cintas que se proyectaron esa tarde en la Sección Nacional de Documenta Madrid. La segunda jornada del festival dejó muy buen sabor de boca e incluso mejor cuerpo. El día anterior, los trabajos que se presentaron apenas tenían créditos porque partían de la creación individual del autor. Ayer, no fue así. Las obras a concurso nacían de comunidades con vínculos fuertes. Ya fuesen familiares, de amistad o relaciones de otra índole, el sentimiento de pertenencia llenaba el patio de butacas. Además, si en mi crónica del jueves destacaba la presencia de mujeres en la dirección, ayer sus cuerpos estaban del otro lado, frente a la cámara.
La jornada comenzó con los colores pastel y los tonos anaranjados y azulados de Ella i jo, del catalán Jaume Claret. En la cinta, dos pintoras, que son madre e hija, viven en ciudades lejanas: Barcelona y Atenas. La madre llama a la hija, pero esta no contesta. Así que le va dejando mensajes en el contestador pidiendo que le devuelva la llamada. Los dos personajes se inspiran en la abuela y la tía del director, también artistas. Como añadido, para que todo quedase en familia, es la madre del realizador la que interpreta ese papel de la abuela.
Con el siguiente corto de la Sección Nacional pasamos del parentesco a la amistad. La mano que canta, de Alex Reynolds y Alma Söderberg, nace justamente de esta relación entre las autoras. “Las dos vivíamos en Bruselas y ella se fue a Suecia. Hacer la película fue una excusa para estar juntas”, reconocía Reynolds en el coloquio posterior a la proyección. “Alma no ha podido venir. Solo quiero decir que la echo de menos”, confesaba. De cerrar la sesión de cortometrajes se encargó Clara Rus con ¿Cuáles son nuestro años?. En ella, un grupo de alumnos de una escuela de cine investiga los archivos de un festival con décadas de historia. Después, los mismo alumnos hacen una excursión a una cueva con pinturas rupestres al sur de Francia. A su vuelta reflexionan sobre nuestra forma de relacionarnos con el pasado y se preguntan cómo seremos percibidos en el el futuro.
Tras ¿Cuáles son nuestro años? la sala se vacía. Hacemos un descanso y al volver el público ha cambiado. El patio de butacas se llena de personas afrodescendientes. Muchos de ellos son los protagonistas de A todos nos gusta el plátano, ópera prima del fotógrafo Rubén H. Bermúdez. Si bien la película la firma una sola persona, estamos ante una obra de creación colectiva. Bermúdez adquirió cierta relevancia hace años cuando publicó su fotolibro Y tú, ¿por qué eres negro?. En él, articula un discurso sobre la negritud en España a través de su autobiografía. Ahora, con esta cinta, pasa la palabra a otros individuos de su comunidad, pidiendo a siete personas que filmen su día a día. Él se encarga de juntar estos vídeos en una obra sensible, llena de humor, cotidianidad y mucha intimidad.