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La segunda jornada de la Sección Internacional del Documenta Madrid 2021 quedó eclipsada por el realismo lírico de la película A River Runs, Turns, Erases, Replaces de Shengze Zhu
Trauma, anhelo. Ritmo y transformación. Pasado y presente. Con una lente translúcida, solo empañada por el subjetivismo epistolar del recuerdo, la china Shengze Zhu presentó en Documenta Madrid 2021, A River Runs, Turns, Erases, Replaces, una de las cintas más relevantes y virtuosas de esta edición. La ciudad de Wuhan personifica el lugar. Aquel que estará durante mucho tiempo en el consciente colectivo marcado por una pandemia. Sobre él se siente el peso de una vida arrastrada por la corriente de un río que atraviesa la ciudad. Todo está en proceso. El cambio que experimenta la metrópolis, únicamente silenciada durante el confinamiento, se mide con la naturaleza humana. Hay una relación paradójica entre ambas. Puesto que no es lo mismo cambio, que muerte y separación. Sobre estas dimensiones, que reconocemos universales y significativas en el orden mundial, la cineasta construye una película que es plegaria silenciosa pero también ruido. El broche final con el tema punk Drunk With City se entiende como un canto a la vida, a pesar de todo.
Si Wuhan era el lugar, los cortometrajes que pusieron su sello en la segunda jornada de la sección competitiva internacional escenificaron no lugares. Con títulos tan sugerentes como Abisal, Sensitive Material y Tellurian Drama, todos ellos parecían querer escabullirse, de alguna forma, del espacio. Y sin embargo, compartían una extraña predilección por la reclusión que no permitía que nada ni nadie pudiese salirse de unos límites, que en algunos casos, como en Tellurian Drama, se pretendían superar. De atmósfera tarkovskiana, otro de los cortos, la propuesta de Alejandro Alonso con Abisal, en su pulso entre la vida y la muerte, conectaba, quizás sin pretenderlo, con esta extraña época que estamos viviendo.
Por su parte, Nataliya Ilchuk, con Sensitive Material, conjeturaba una escapada continua. De los límites familiares y los apegos, registrados en un hogar del que se evita dejar constancia. La nebulosa de archivo que impide ver el registro con nitidez se aprecia como una respuesta difusa que pone imágenes a vidas secuestradas por el tedio de vivir. Conectado de alguna forma con estos planteamientos, Tellurian Drama habita entre fantasmas que se aferran a una narración. Riar Rizaldi, en este filme, pone en conocimiento de los públicos la construcción de una gran estación de radio en plena selva, un plan del Gobierno colonial de las Indias Orientales Neerlandesas. El final que plantea, con el envolvente sonido de la cítara, se entiende como un llamamiento a una naturaleza que busca sobrevivir a todo orden imperfecto de manipulación política.
Como punto final de esta segunda cita con el cine de lo real más disidente, la última película que se proyectó, No táxi do Jack de Susana Nobre, alejada de toda abstracción y narración difusa, es una apuesta por el documental de personaje. En este caso, el protagonismo se lo lleva Jack (o Joaquim), un hombre a punto de jubilarse y que nos trae a la memoria, inevitablemente, al Daniel Blake de Ken Loach. Sin embargo, aquí, la crítica social está en los márgenes y en unos primeros planos que enmarcan un rostro que es testigo de todas las políticas que se vierten sobre nosotros, convirtiéndonos en lo que somos. Cinta que condensa en un semblante todo lo necesario para ponernos en un lugar que, en este caso, evita que pasemos de largo. Y vemos la vida haciéndose y el valor y dignidad de un hombre que bien podría representar todo lo que evitamos ser. Un Elvis Presley en tierra de nadie.