Adrián Lavandera

El documental ‘Un cielo tan turbio’, de Álvaro F. Pulpeiro, es un viaje costumbrista a la zona más oscura de la desolación, que nos recuerda que lo malparado también forma parte de la condición humana

Un cielo tan turbio | StyleFeelFree
Imagen de la película Un cielo tan turbio | StyleFeelFree

Habitantes de un lugar pasajero. Hijos de lo actual y lo inmediato. Peregrinos su propia casa, destruida por lo ajeno. Mártires silenciosos. Todos ellos son los personajes sin nombre que aparecen en Un cielo tan turbio, de Álvaro F. Pulpeiro. Un documental que nos presenta de forma más personal que cualquiera, a los ciudadanos de una sociedad abandonada. De un país que dejó atrás a los suyos y que parece no tener rumbo, al igual que quienes lo habitan. Un cielo tan turbio es una experiencia oscura, desde sus primeros compases, que transmite miedo con su visión pesimista y apocalíptica. No hace falta conocer los nombres ni la psicología de los habitantes del filme, se ve en la cara y en el cuerpo. Cuidado, porque se contagia.

Rodado en el territorio limítrofe de Venezuela, Un cielo tan turbio hace un recorrido por todas las personalidades de la periferia. Desde militares hasta traficantes de gasolina, el objetivo del documental es casi el mismo que el de un pintor costumbrista. Siempre a través de la imagen, o con unas secuencias muy privativas, asistimos de primera mano a la vida íntima de la sociedad venezolana. Todos sin nombre, sin contexto, sin objetivo ni antagonista, son retratados por la cámara, solo, a través de sus circunstancias. Hay en el ojo del que mira una extraña particularidad capaz de revelar mediante poses y miradas, mucho más que cualquier historia o arco.

Es admirable también la ironía con la que trabaja el documental. Desde su inicio, el filme comienza viajando. Primero vemos fuego, después agua, y a continuación rodamos de pasajeros en un coche que nos introduce, durante un largo viaje en el resto del metraje. Si nosotros somos el copiloto, otro más es la voz del presidente Nicolás Maduro, siempre presente como si de un ente superior se tratara. Es su voz la que nos aporta un toque de necedad en la historia, tan necesaria para conseguir que el espectador se enfade. Sus discursos centrados en otros, en compararse con Trump, en enorgullecer la nación, son el espejo roto que hace falta para descubrir que las cosas están mal lideradas, que existe un responsable. Un cielo tan turbio no es solo una cinta bella, dura, destructora y poética. También es política, crítica y de denuncia. Es necesaria.
 

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