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Con la película ‘Una niña’, del francés Sébastien Lifshitz, aprendemos a mirar la necesidad de implementar leyes que reconozcan el derecho básico a la autodeterminación de género
Estas últimas semanas la puesta sobre la mesa de la denominada Ley Trans ha dejado ver muchas brechas sociales. Cuando el feminismo se disgrega en distintas posturas, y se empieza a ver la urgencia de definir el concepto, para que se adapte a las necesidades contemporáneas, el documental Una niña, de Sébastien Lifshitz, se posiciona desde el fuero interno. Para hacernos partícipes de una verdad que reconocemos en un estado emocional que contagia, sin recurrir a sentimentalismos. Colocándonos dentro de la historia, a la altura de los ojos de una niña que busca su lugar en el mundo. Con las etiquetas con las que ella se identifica. En una sociedad empeñada en clasificarnos por géneros, rechaza aquel que se le ha atribuido al nacer, porque no se identifica con él. A partir de aquí, su lucha —aunque no es consciente de ella— es férrea. No está dispuesta a rendirse.
Lifshitz, con esta película, vuelve sobre los pasos de su documental Bambi, que dio visibilidad a una de las primeras transgéneros francesas, Marie-Pierre Pruvot. Una figura mítica, central en los cabarets parisinos de los años 1950 y 1960, cuando realizó su carrera como artista. En aquella ocasión el realizador pudo comprobar fehacientemente que la identidad de género estaba alejada de la sexualidad. Marie-Pierre le reveló que ya se veía a sí misma como mujer desde los 4 años. Ocurre lo mismo con la protagonista de Una niña. Sasha tiene 7 años y desde que comenzó a manifestar sus deseos e inquietudes, siempre se ha visto con género femenino. Esta verdad tan conmovedora, porque no se perciben filtros, el realizador francés es capaz de enseñárnosla sin preámbulos, sin intrusión y con una delicadeza que ya veíamos en sus anteriores trabajos documentales. Con una sencillez y complicidad que no puede ignorarse.
Posicionarse para derribar los muros que nos impiden crecer, desarrollarnos, mostrarnos y expresarnos. Y por qué no, inventarnos y reinventarnos las veces que consideremos oportunas. Siendo una niña, Sasha no es consciente todavía de su valentía al mostrarse plenamente. Con una tenaz voluntad de saberse quién es. No es que sea apabullante a su edad. Mirando hacia atrás, todos nos reconocemos en aquel yo descubriendo y reivindicando un género con avidez, queriendo exaltarlo para que se nos reconozca nuestra posición en el mundo. La primera revelación que tenemos, en una sociedad marcada por el binarismo, es precisamente la que nos lleva a reconocernos en un él/ella. No en un yo. Lo menos que puede hacer la sociedad es compensar sus deficiencias permitiéndonos elegir. Tan sencillo. Las aplastantes decisiones de no interferencia que vemos en Una niña son un alegato de libertad.
La película es tan diáfana y abrumadora en su verdad, que debería proyectarse en los centros de enseñanza. Tiene un componente pedagógico pretendido, aunque no practica la demagogia ni busca la artificiosidad. En Una niña, el realizador de Los invisibles apuesta por un estilo amateur que enfoca la cotidianidad. De igual manera, las luchas internas y externas se enfocan sin filtros. Su acierto es saberse con una verdad que quitará muchas vendas de los ojos a los que no quieren ver. Su acierto también parte de este hallazgo de familia que rema en la misma dirección, capitaneados por una madre coraje que vela por su pequeña. Y además, está la decisión de ser honesto con la cámara, con los retratados y con un mensaje urgente a todos los públicos. La libertad individual de definirnos y reconocernos es la más básica, por eso la autodeterminación de género es un derecho fundamental.
Otros cineastas, como Alain Berliner en Mi vida en rosa, Céline Sciamma en Tomboy y más recientemente Lukas Dhont en Girl, retrataron con gran tino el tema de la disforia de género. Pero la ficción, aunque pueda captar al espectador fervientemente, no cuenta con las mismas armas que el género documental para esclarecer e iluminar. Una niña ilumina porque, por otra parte, su protagonista es toda luz.