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Ni las sencillas intenciones ni el discreto tacto de Niels Mueller consiguen elevar ‘Small town Wisconsin’ por encima del esquemático e inconsecuente drama familiar
Hacia el final de Small town Wisconsin hay una secuencia intranscendental pero muy ilustrativa tanto del argumento en su conjunto como del discurso en general. Montados en un desfasado Mercury, Wayne, su hijo y algún personaje más intentan saludar a una estrella del beisbol, pero se equivocan de casa. El jugador ya no vive ahí y el trayecto ha sido un enternecedor intento en vano. Wayne, un padre divorciado, indigente por borracho y aficionado al fracaso, se retrata con precisión en esta escena. Es un absoluto fraude de ser humano, incapaz siquiera de superar el alcoholismo por el bienestar de su hijo.
Pero la secuencia también refleja, como efecto secundario, la propuesta del director. Hay un esfuerzo por transmitir la melancolía y empatía del drama social, añadiendo momentos cómicos que levantan una tímida sonrisa. Sin embargo, la planicie narrativa y su superficialidad, centrada en exponer el texto sobre escena, debilitan el propósito comentado. La cámara que sobrevuela los personajes mostrándolos frágiles o la luminosidad de los ambientes rurales idílicos, mayormente diurnos y soleados, que contrastan el patetismo del argumento no comunican nada que no se encuentre ya en los diálogos. Las interpretaciones rozan la caricatura y el escaso misterio del filme se anula al evidenciar la senda de sus arcos dramáticos. Cero sorpresas.
Su autor, Niels Mueller, confecciona así una película sin altibajos ni crestas ni valles. Tampoco parece tener una pretensión mayor que la que presenta: retratar una tragedia familiar, con altas probabilidades de ser verídica. Los problemas sociales que se detentaban en el documental Bloody Nose, Empty Pockets aquí se acercan al público en forma de ficción. El alcoholismo, el fracaso académico y laboral, las familias desestructuradas o la violencia doméstica son algunos de los temas que rondan la cinta. No obstante, en lugar de escarbar en las causas, digamos por ejemplo la falta de seguridad social, el director se decanta por el drama psicologista. Una decisión que busca dar visibilidad, pero que no encara los problemas. Pretende concienciar, pero se desinfla hasta el reduccionismo individual. Un director, que, con ternura, apela a la sensibilidad del espectador a pesar de que este hace tiempo que se mudó de película.