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En su primer largometraje, ‘Shiva Baby’, Emma Seligman hace un ejercicio de poder milenario que entroniza a la mujer, sin esquivar las aristas que la definen
A pesar de que los motivos de la reunión sean antagónicos —un funeral frente a la celebración de un ascenso laboral—, hay cierto paralelismo entre The Party, de Sally Potter, y la película Shyva Baby, estrenada en los cines con motivo del Americana Film Festival. Aunque tan solo sea porque ambas buscan entrar en los conflictos humanos partiendo de un tono de comedia satírica que pretende ser un microretrato social. Por otra parte, en ambas, el escenario principal es una casa en la que interactúan una serie de personajes en una jornada de confinamiento voluntario. No obstante, en Shiva Baby el paso a esta intensa y asfixiante convocatoria viene precedido por una escena inicial que pretende arrancar con énfasis. Tras un arrebatado y fingido encuentro sexual conocemos a su protagonista, una joven universitaria que llega a ser un excelente prototipo de una generación que ronda los veinte.
Como retrato generacional, de hecho, Shiva Baby es excelente. Lo es, porque la realizadora de esta película, Emma Seligman, se mira en el espejo y sacude su propio ego. O al menos, eso es lo que parece. Un espejo que nos devuelve, acentuadas, las dinámicas sociales que operan y atraviesan a una juventud que ha superado el nihilismo, para entrar en una espiral que devora todo a su paso. En este sentido, el sexo no es más que un aliciente de empoderamiento. Danielle —Rachel Sennott—, el personaje central femenino, lo usa como mecanismo de defensa narcisista, contra una realidad todavía inabarcable. Sus padres quieren buscarle un trabajo o unas prácticas. Y aprovechan una shiva —reunión judía posterior a un funeral— para presentarle a personas que podrían encaminar su vida profesional. Entre estas, se encuentra su amante, un treintañero casado que le paga por los favores sexuales.
Shiva Baby retoma la fórmula de la comedia indie americana para hacer un ejercicio de poder milenario que entroniza a la mujer, sin esquivar las aristas que la definen. Sus diálogos, a medias, vaticinan a una realizadora que sabe leer entre líneas. El tono sarcástico y las dinámicas efervescentes, entre todo el elenco, funcionan mucho mejor que en la mencionada The Party. Si bien es una extensión de un cortometraje anterior, no agota un dispositivo dinámico que mantiene el ritmo y la tensión. Jugando con la profundidad de campo y acompañando los momentos más incómodos con sonidos perturbadores, el aislamiento de Danielle se enfatiza, para tratar de sitiarla. De esta manera, encontramos respuestas que definen el malestar de una generación que busca, de forma exacerbada, ser el centro de atención. Pero no puede evitar ser víctima de su propia ansiedad, producto de un social de escaparates que orientan la conducta.