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Más que cine, lo que hace Margarita Ledo en ‘Nación’ es un ensayo fílmico y poético que enfrenta el mito de lo femenino para volver a significarlo
Dedicada a trabajadoras de distintas empresas gallegas que según apuntan los rótulos finales “nos enseñan a sobrepasar la cerca”, el ensayo fílmico y poético que enuncia Margarita Ledo en Nación desborda su punto de partida. Parte de un eje temático que presenta la problemática que supuso para muchas mujeres el cierre, en 2001, de Pontesa, una fábrica de loza en la ría de Vigo. Es una línea en el horizonte sobre la que trazar mitologías, contornear siluetas, y engarzar lo imaginario con lo real. La realizadora gallega conecta, desde lo íntimo, con el dolor y la pérdida, para trasmutarlo en resiliencia femenina. Película coral que atiende a lo particular para dibujar retratos reales de mujeres extraordinarias. Como el de Nieves P. Lusquiños, a quien vemos construyendo una cerca de piedras al inicio de la narración. Sobrepasar la cerca implica negarse a aceptar las que ya existen.
Desde la primera escena Nación es arrebatadora. Una enigmática mujer, de singular aspecto, introduce el filme situando al espectador. Más que una película documental, lo que anticipa es un relato de voces femeninas, de presencias que se arrastran hacia la performance. Lo performático rediseña la materia. Es una estrategia que atiende a una cinematografía gallega que habita entre las sombras para aportar luz. La luz que emite este grupo de mujeres que no quieren seguir callando, como les exige la tradición. Instruidas en el dolor, buscan liberar sus temores para dejar de ser prisioneras. Nación es una película militante y feminista. Atiende al dolor para dejarlo ir. Atrapa el silencio y lo convierte en un poema visual. Se detiene. Deja respirar. Sabe cuáles son los tiempos que necesita para componer una pieza que es el resultado de muchas. Palimpsesto que borra para liberar.
Tejida con distintos recursos y resignificando los tiempos, la película amplía la percepción de los cuerpos. Se recurre al registro y a representaciones que indagan la presentación, y una sensibilidad única para encajar diferentes cuentas. También hay actrices que conducen la historia y dejan de serlo, cuando revelan sus traumas, ahora compartidos. Entre todo el material de archivo que encontramos amalgamado, posiblemente el más significativo sea el de las mujeres endemoniadas en la romería de Nosa Señora do Corpiño, filmada por Jacinto Esteva. Margarita Ledo enfrenta el mito de lo femenino para volver a significarlo. Independientemente de que el cierre de una fábrica en la que trabajaban mujeres sirva de empuñadora, su dispositivo fílmico traspasa, efectivamente, la cerca. Para que las mujeres no tengan que volver a la casa de la que salieron y si vuelven, para que lo hagan conscientes del lugar que ocupan.
Las lecturas que podemos extraer de Nación echan raíces en el suelo. Ledo vocaliza la resiliencia femenina. Y pone en contexto la historia. Asistimos así a cómo el sistema capitalista, en su última fase, se deshizo de muchas mujeres en el textil, en la loza, en la conserva. Mujeres que habían salido de un hogar-trampa al que ahora tenían que volver. Pero también hay un tono esperanzador, una energía que fluye por encima de todos los relatos. Una energía que habla de un hogar reconvertido en nación. Una nación de mujeres que han reconocido su fuerza y su valor en la lucha compartida, en el dolor compartido. A pesar de todo, se esboza una sonrisa. Al comprender que el único sentido de hacer cine, un cine de vida que une susceptibilidades, es convirtiendo el dispositivo en un engranaje de memoria que apela a un nuevo canon en femenino, por descubrir.