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Tras pasar por el Festival de Venecia, ‘Quo Vadis, Aida?’ revive el genocidio bosnio desde la mirada acusadora y concienciadora de Jasmila Zbanic
Cuando San Pedro huía de Roma por temor a ser ejecutado, Cristo se cruzó en su camino cargando la cruz. Pedro, sorprendido, le pregunto “¿Quo Vadis? (¿A dónde vas?) A lo que Jesús respondió “Voy a Roma a ser crucificado de nuevo”. La misma vergüenza que sintió Pedro, y que le hizo volver a Roma para cumplir su ministerio, es la que parece tener la directora Jasmila Zbanic, de origen bosnio, cuando filma a sus personajes. Una actitud que reivindica y recoloca la brutal Guerra de Bosnia, casi veintiséis años después de firmarse el armisticio.
La película se centra en el genocidio de Srebrenica desde la percepción de Aida (Jasna Đuričić), una ex-profesora de instituto que ahora trabaja como intérprete para los cascos azules. Su marido y sus dos hijos, igual que el resto de los 25.000 refugiados bosnio-musulmanes, huyen hacia la base de la ONU en busca de refugio por los ataques serbios. Para comprender la transcendencia del filme es necesario conocer el contexto ya que desde el primer minuto la tensión se hace presente. El pánico, el miedo y la desesperación se denota en cada uno de los rostros. Pero la escalada no cesa y las posibilidades de salvación se agotan.
La película, aun salvando las distancias, consigue transmitir la agonía del horror de la masacre. Una virtud que se apoya en los cientos de extras utilizados y la personalización familiar del conflicto. Sin embargo, la decisión de rodar con la nueva estética digital, con la perfecta definición de la luz todavía en penumbra, desvirtúan la apuesta realista. La Guerra de los Balcanes fue el primer gran episodio bélico televisado. Las imágenes en betacam de los 90, testimonios documentales no recreables asentados en la memoria colectiva, restan fuerza a cualquier intento por simular la Historia. Quizás por eso, sobre la pantalla, el ansiado realismo que la película propone exista a pesar de la imagen y no gracias a esta.
Aun así, sin pelos en la lengua, los culpables son señalados con el dedo, y con la cámara. No, no hablo de los soldados serbios —evidentes asesinos— sino de los inactivos militares internacionales. Zbanic perfila unos personajes acobardados, que se esconden detrás de las puertas y los teléfonos. Una denuncia que se subraya con simplificaciones, que si bien pueden restar una imparcialidad nunca presupuesta, sirven para impactar con ira nuestras retinas. La ira de un pueblo que Europa dejó asesinar. Es hora de abrir los ojos, revivir el dolor y compartir la pregunta: Quo Vadis, Aida?