El muralismo en Latinoamérica es la huella fresca de un pasado revolucionario, y de un presente rebelde y orgulloso de su origen, que se expande más allá de sus fronteras
Desde su origen, el muralismo en Latinoamérica ha sido una forma expresiva anti-sistémica que se ha opuesto al régimen, a las dictaduras, y a las convenciones artísticas. Este arte, busca plasmar los problemas sociales de su época, y hoy en día, la mezcla con otras corrientes pictóricas ha nutrido su cauce, diversificándose a otras latitudes y ampliando sus enfoques, técnicas y autores. Sin embargo, la pasión de su discurso es la misma.
La columna vertebral de esta forma artística radica en su osadía, que retrata la identidad e historia de un continente desde la esperanza por cosechar un futuro mejor. En esta tierra, hoy se formula un muralismo militante, en el que sobresale un sentimiento de orgullo, con un mensaje de panamericanismo y unidad, como lo señala Ana Longoni en su libro Vanguardia y Revolución. El muralismo se caracteriza por alejarse de las complicaciones de la academia, educando en el día a día a través de la convivencia con la población común.
Las huellas de Rivera y Siqueiros
El muralismo tiene como epicentro a México, en los años veinte, durante la época postrevolucionaria. Bajo una función didáctica y unificadora, los edificios gubernamentales sirvieron como manifestaciones de las etapas históricas del país. No obstante, pronto cambiaría su enfoque a un momento más disidente, uno de apertura de conciencia social a través del retrato de problemáticas sobre la pobreza, el gobierno, y la coacción de la libertad de expresión.
Dentro de este movimiento, Diego Rivera marcó un antes y un después en la escena latinoamericana. Su arte evocó el poder de los obreros y la caída del capitalismo. Su irreverencia, incluso le costó el retiro de su mural del Rockefeller Center en Nueva York al retratar a Lenin y Stalin. Lo anterior elevó su figura como personaje irreverente y contestatario del sistema. El muralismo, desde entonces, sirvió como evocador de la historia y la violencia sufrida por los pueblos latinoamericanos. Las huellas de Rivera fueron un impulso para artistas de su época, pero aún más como raíces de los frutos del muralismo del futuro.
Por su parte, David Alfaro Siqueiros formuló la idea de un muralismo de todo el continente, que se centraría en los principios que les eran comunes a todos los países, desde México hasta Chile. Durante sus viajes a Sudamérica convivió con importantes artistas argentinos del momento, y con esto, establecería el origen del muralismo latinoamericano, llevando sus principios a las costas del Cono Sur. De esta forma, se forjaría una nueva ramificación artística que dejará de lado la didáctica, para apoderarse del espacio y del discurso contracultural.
Muralismo mexicano contemporáneo
En la actualidad, en México se fusionan diferentes perspectivas que evocan la lucha feminista, el cuidado del medio ambiente y los valores de la raza mestiza. Con una presencia colorida, estos trabajos se acercan a una estética más urbana. Una de estas artistas es Liz Rashell, quien abstrae las figuras humanas al mismo nivel que el “otro” y busca que su obra sea una forma de comunicación constante con quienes la rodean. En entrevista con este medio, ella señala que el arte, y en especial el muralismo, tiene una función identitaria, y que esta misma herramienta es una forma de reformar la cultura y conciencia de todo un país. Ella apuesta en su estilo desdibujado por crear un texto que sea común a todas y todos desde la intimidad.
El tema de la identidad es una constante en el muralismo de América, Paola Delfín (México, 1989), muralista mexicana, deja esto en claro con sus retratos íntimos a gran escala, que, a pesar de cubrir enormes edificios de todo el mundo, muestran una pequeña parte de sí misma. Su enfoque se centra en dibujar mujeres con miradas potentes y una fuerza inspiradora. A través de la mezcla de materiales, su formación en el streetart, y la variedad monocromática de su paleta, consigue dar profundidad y contraste a sus obras. Al describirlas, ella misma señala en sus redes que no buscan que representen a su país, sino a una ciudadana de cualquier lugar del mundo, un lienzo sin fronteras en el que se puedan reflejar todas.
Las paredes de Latinoamérica
La llegada del muralismo a América Latina fue de forma paulatina y entremezclada con otros elementos gráficos. No obstante, la resonancia del trabajo mexicano fungió como inspiración para retratar a gran escala los abusos y necesidades que vivía América Latina. Bajo un contexto de dictaduras, golpes de Estado, discriminación y gobiernos corruptos, esta forma artística floreció como un arma en contra de las injusticias. El grafiti, el Street art, la ilustración, la pintura clásica y otros elementos se fusionaron para generar un movimiento gráfico que retomara esa cólera de la juventud y la plasmara de forma estética bajo una técnica híbrida que muestra temas cotidianos y comunes para el pueblo.
El muralismo racial de Brasil
En Brasil se ubica un muralismo en ciernes, que surge de la mezcla del grafiti y las formas clásicas. Temas como el racismo, la pobreza, las comunidades indígenas y el amor por su nación se materializan en las calles de São Paulo, Brasilia y Río de Janeiro. Uno de los artistas en ascenso de este lugar, es Diego Mouro, un joven de la nueva generación artística de ese país, que busca retratar con su arte el amor a su raza negra, los orígenes indígenas de Latinoamérica, y la poesía cotidiana de los barrios de Brasil. Mouro sostiene que su arte es un grito de libertad, y que tiene la responsabilidad de retratar a aquellos que no son vistos por la sociedad.
Los ojos de Colombia
En Colombia, el muralismo fue inicialmente rechazado por los círculos políticos y académicos. Años después, se volvió un lugar clave para su exposición. La que quizás sea la mayor exponente del muralismo colombiano, la diseñadora Gleo, se inspira en leyendas populares colombianas y utiliza el arte como un diálogo con su ciudad y el mundo. Su obra cubre edificios de distintos países de Europa y Asia.
Gleo se distingue por su uso recurrente de ojos caricaturescos anaranjados, que enmarcan a sus personajes. Estos ojos “reflejan la sabiduría y el poder”, explica. La apariencia de máscaras y colores estridentes en su retrato muestran una versión onírica, tal como la del realismo mágico del colombiano García Márquez. Sus murales mantienen un lenguaje universal, capaz de resonar tanto con latinos como con extranjeros.
De la dictadura a las calles chilenas
En Chile, el muralismo adoptó una respuesta a su contexto sociopolítico, alzando la voz ante la dictadura de Pinochet, y rebelándose mediante la apropiación del espacio. La mayor estrella del muralismo chileno es Inti Castro, artista que surgio del Street Art que vivió durante la dictadura, y que desde hace unos años se dedica a mostrar la cara de Latinoamérica ante otros países del globo.
Desde España hasta China, INTI plasma los símbolos de su cultura latina, con todos sus colores, formas y figuras. El chileno desdibuja fronteras, creando un sincretismo que se adapta a las exigencias y creencias de cada país de América. Mediante el respeto y la esperanza de un cambio, este artista busca que los muros que pinta se conviertan en una fuente de verdad política.
Latinoamérica en Norteamérica
Lo sucedido en Latinoamérica no tardó en propagarse a la parte alta del continente. Pronto, los latinos de Estados Unidos comenzaron un movimiento propio desde el extranjero. En los murales, buscaron retratar sus identidades migrantes al margen de dos banderas y dos culturas de las que de una forma u otra se sentían ajenos. Mexicanos, puertorriqueños, cubanos y peruanos ilustraron lo que significaba vivir en la pobreza, en un país lejos de su patria, y la discriminación que vivían. El racismo, la migración y la lucha por los derechos humanos llegaron a las paredes de Norteamérica para quedarse, y volverse el nuevo núcleo de esta corriente.
Aliza Nisenbaum (1977, México), muralista judeo-mexicana residente de Los Ángeles, California, se caracteriza por hacer retratos coloridos a gran escala, que reflejan escenas íntimas que tienen como personajes personas latinas, inmigrantes y sectores que suelen ser invisibilizados. Desde la perspectiva migrante, y los recuerdos de una infancia en un barrio pobre, consigue capturar la esencia de la familia latina persiguiendo “el sueño americano”. Para ella, la pintura es una práctica política, y al elegir pintar a esas personas les ofrece un tributo; a la par que cuestiona el poco valor que la sociedad le da a estas figuras.
Twin Walls Mural Company
Inclusive, dentro de la misma nación de las oportunidades, el muralismo de Latinoamérica encuentra una forma de convivir con otras culturas, adoptando nuevos símbolos y formando una corriente más diversa y nutrida. El arte afroamericano se entrelaza con los emblemas latinos y las postales orientales, se incluyeron dentro de su plástica y la abstracción cosmopolita de las ciudades quedó inmersa en el significado de las obras.
Tal es el caso de Twin Walls Mural Company, dos muralistas con ascendencia asiático-latina, Elaine Chu y Marina Pérez-Wong, quienes residen en San Francisco, California y que pintan desde sus raíces la pluralidad de Estados Unidos. Marina Pérez-Wong señala en su página, que ella cree en el poder de las narrativas visuales para reflejar la historia y las luchas de una comunidad. A través de una perspectiva realista, deja resolver las cicatrices de un trauma colectivo y la búsqueda de una identidad evolutiva.
Elaine Chu no cuenta con ascendencia latina. Sin embargo, la convivencia en su barrio con sujetos marginalizados de diferentes orígenes le ayudó a capturar esa esencia latinoamericana y formular una panorámica de esas poblaciones. En sus proyectos se observa la clara inspiración del muralismo latinoamericano y el de las imágenes tradicionales de la cultura asiática. La paleta llamativa y la poesía gráfica que maneja la hace parecer como una latina más en este oficio.
Fuera del continente también hay un hogar
El muralismo mexicano y el latinoamericano están en un momento cumbre, en el que se mantienen como la tendencia artística en las grandes galerías y museos del mundo. La Tate, y el Whitney Museum, actualmente mantienen exposiciones abiertas que se centran en esta corriente, exponiendo obras cumbre de la historia de este movimiento. El Whitney expone los trabajos de Rivera, Kahlo y Orozco registrando su impacto en la creación de la cultura artística estadounidense y la formulación de una identidad estética lejos de su lugar de nacimiento.
Las paredes de París, Moscú, Madrid, Lisboa, Nueva York y Rabat se iluminan con símbolos latinos que se adecuan al nuevo paisaje que los rodea. Fuera de su hogar, han encontrado un diálogo universal que aborda su coraje, su intimidad, su habla y sus visiones. Lejos del continente americano, florecen las semillas de la inspiración rebelde artística de esta nueva ola muralista que conserva el espíritu que la vio nacer.
Los murales latinoamericanos son como América Latina misma: diversos, pluriculturales, alegres, con energía y pasión en cada pincelada, ávidos de alzar la voz ante la injusticia. Sus lienzos son un espejo en el que se refleja el continente no solo desde el arte, sino desde su gente, su política, su cosmovisión y pensamiento. En las pinturas de América se encuentra la esperanza de una tierra que florece de las cicatrices, que se levanta del duelo y que combate la adversidad desde la pintura en las calles, con artistas que hacen poesía gráfica y que inspiran a su entorno. De América para el mundo, el mural es una carta de presentación que dice “Aquí estoy presente, soy revolución, soy la historia de mi gente”.