La fotógrafa Laura Aguilar ayudó a construir la identidad de la comunidad queer latina en Estados Unidos, así como a exponer otros cuerpos desde la visión de la lente y la técnica del autorretrato
La lente de Laura Aguilar (Los Ángeles, California. 1959 – 2018) capturó su identidad desde varios ángulos distintos: el ser latina, el ser lesbiana, el tener dos nacionalidades, y el ser una mujer obesa. La fotógrafa chicana, nacida en Estados Unidos, hija de padres mexicanos, nació y creció en Los Ángeles, California. Este mismo lugar se convirtió en el escenario de su obra. Sus autorretratos al desnudo han funcionado como una ventana para mostrar otras sexualidades y otros cuerpos lejos de la normatividad.
La comunidad chicana, desarrollada al margen de Estados Unidos, tuvo su auge durante la década de los sesenta. Sin embargo, hasta los años noventa, este sector seguía sufriendo una enorme discriminación. Inclusive dentro de sectores minoritarios como los LGBT. Las personas de color, las lesbianas y los pobres se encontraban muy lejos de los reflectores, a pesar de ser un grupo que iba en aumento. Laura Aguilar impactaría en gran medida a la creación de una nueva ola de arte identitario en estas áreas.
Acercamiento y primeros trabajos
“Soy una fotógrafa autodidacta. Mi fotografía siempre me ha brindado la oportunidad de abrirme y ver el mundo que me rodea. Y, sobre todo, mirarme hacia adentro», son palabras que ella misma expresó para definir su trabajo. Al tener una dislexia que le dificultaba hablar y escribir correctamente, encontró en la cámara una forma de expresión para describir su entorno y su cosmos mental. Aprendió del retrato a partir de trabajar con su familia, como en Cousins at Disneyland (1978), uno de sus primeros proyectos. Su camino como fotógrafa inició a finales de los setenta. Sin embargo, no fue hasta principios de los noventa que sus imágenes adquirieron mayor reconocimiento.
El cuerpo es político y multifacético
El cuerpo en la obra de Laura Aguilar cobra una dimensión política al convertirse en objeto de identidad, de exposición, de amor propio y hasta como enjuiciador de cánones artísticos. Sus autorretratos al desnudo en el desierto del oeste de Estados Unidos mezclan su grandor con el paisaje. De esta manera, su obesidad y el color de su piel rompen con los paradigmas estéticos femeninos, intercambiando la idea de lo que es bello y común. En sus fotos aparece su cuerpo alrededor de atractivos espacios que la rodean de forma simbólica, mostrando cierta invisibilidad al camuflarse con su entorno.
Su creación más celebrada es su tríptico gráfico Three Eagles Flying, en el que se retrata con la cabeza cubierta por la bandera mexicana, y con la bandera estadounidense envuelta en su torso, mientras es ahorcada. Representa gráficamente a ambas naciones a las que pertenece, poniendo una en cada extremo. Esta imagen dramatiza la supresión de su gente ante la mirada pública, además del sentimiento de estar atrapada entre dos países. De esta misma forma, otras de sus exposiciones, como Nature Self Portraits (1996) y Stillness y Motion (1999), Aguilar se presenta como una escultura que obliga a que los espectadores la contemplen y admiren.
Ser latina, ser lesbiana
Además de vivir bajo dos banderas, Aguilar encontró una nueva en la cual identificarse: la del arcoíris. Si bien se sentía orgullosa de ella, la comunidad latina no tenía un espacio dentro del movimiento gay. Las lesbianas racializadas no figuraban dentro del espectro LGBT, y fue entonces que decidió volcar su objetivo a mostrar más a personas que, incluso dentro del mundo de la apertura sexual, eran discriminadas y dejadas de lado por sus raíces, cuerpos y orientaciones.
En Latina Lesbians (1986 – 1990), tres series fotográficas, capturó a profesionales lesbianas de origen latino de Los Ángeles, desafiando la línea entre lo considerado femenino y masculino. El amor, el cuerpo y el empoderamiento fueron elementos clave de su registro. Ese mismo enfoque la llevaría a realizar Plush Pony, donde fotografió a mujeres queer trabajadoras y descendientes de latinoamericanos. Aguilar sostuvo una crítica constante al mundo de las galerías y los museos, quienes le negaban la entrada por un asunto homofóbico, racista y discriminatorio de su cuerpo. En su serie Don’t tell her Art can’t hurt (1993), evidenció su depresión causada por la marginalización artística de su trabajo.
Una mujer ajena a su época
Los temas que abordó Aguilar en su fotografía siempre han estado adelantados a su tiempo. Sin embargo, en 2018, a los 59 años, Aguilar partió de este mundo a causa de un problema renal, sin el conocimiento de que años después, sus temas cobrarían mayor auge en el mundo del arte, aquel que tantas veces le cerró las puertas en vida. Ahora, los críticos han redescubierto sus obras, y la consideran una fotógrafa ilustre que dejó un antes y un después en las comunidades chicanas y queer.
Las lesbianas y las mujeres LGBT de color, encontraron en sus fotos un espejo sobre sus cuerpos, sus vidas y sus pensamientos. Recientemente su obra ha sido expuesta en las galerías más importantes de Los Ángeles. En la primavera del 2021, llegará al Lohman Museum of Art en Nueva York. Está exposición, sin duda representará una consolidación de su legado, a tres años de su muerte.