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Angélica Liddell en ‘Una costilla sobre la mesa: Madre’, representada en los Teatros del Canal en el marco del Festival de Otoño 2020, se enfrenta a sus fantasmas volviendo a su tierra
Imagen de la obra Una costilla sobre la mesa: Madre de Angélica Liddell | Foto: © Luca del Pia
Me reconozco en el dolor de Angélica Liddell. En la sala roja de los Teatros del Canal donde se estrenó Una costilla sobre la mesa: Madre ese dolor fue casi insoportable en el primer acto. A partir de ahí la obra dejó de sangrar y pasó al siguiente estadio. La búsqueda de una revelación, surgida del ritual ancestral, que ensaya para trascender lo terrenal. Angélica Liddell manifiesta su improbable deseo de enterrar la tierra, estableciendo una poética hiperbólica que habla desde las entrañas del deseo, del miedo, de la obsesión. Su lenguaje persigue encontrarse en un lugar donde las palabras entran en disputa contra uno mismo. Más que hablar o recitar, Angélica escupe bilis, se la escupe al público obligándole a enfrentarse a su mismo dolor compartido. En el escenario se transforma, deja el cuerpo a merced del espectador. Lo entrega, en un acto de heroísmo, de sacrificio, de renuncia.
Comunidad del dolor
Y así, en este compartir de su cuerpo castigado, de su dolor doliente, dejamos de ser individualidades. Ahí, en ese teatro que en esta ocasión se percibía como un espacio distópico por el protocolo covid, nos convertimos en una comunidad del dolor, que comparte dolor. Aunque la dramaturga reniega de la comunidad, como expresó en la Bienal de Teatro de Venecia en 2013, nuestra conciencia individual, irremediablemente surge de la experiencia compartida, comunitaria. Es evidente que sus seguidores más jóvenes, mayoritarios en el estreno de Una costilla sobre la mesa: Madre, están seducidos por su liderazgo, por su irreverencia en escena y su perspectiva anárquica. Su éxito se debe también a esa capacidad de crear comunidad, estableciendo vínculos que teje con su complejo de mártir, de víctima, de verdugo; con su mirada que atisba una humanidad castigada por la arrogancia de nacer.
Congregados por la tragedia de estar vivos y compartir la experiencia del desarraigo, En una costilla sobre la mesa: Madre descubrimos, si no lo habíamos descubierto antes, la mayor de las tragedias: la de ser hijx. El dolor de ser hijx es el dolor de venir al mundo desde un vientre del que nos separan al nacer. Debido a esta primera violencia, el deseo de matar a la madre, figuradamente, implica reconocer un amor-odio implícito en toda relación verdadera, destinada a la separación. También, porque, volviendo al sentido figurado, el vínculo materno-filial, nos desprovee de una individualidad que deseamos hasta cierto punto. El miedo más real está derivado de una desconexión probable de aquello que nos identifica, que nos sitúa. Esto nos hace vulnerables, sobre todo a partir de cierta edad, cuando empezamos a ser conscientes de la efimeridad de la carne.
Inhumar la tierra
Formamos, inevitablemente, comunidades de arraigados a una tierra que no puede enterrarse. Enterrar la tierra. Una quimera que Angélica Liddell ha dejado de perseguir para buscar lo sagrado, lo divino, lo que implica desconectarse de una materialidad insoportable. O eso, o morir. O eso, o resucitar una y otra vez, convencidos de que el dolor es el único antídoto frente a una vida condenada a la fatalidad. Soportar el dolor es entender que el dolor implica estar vivos. Aceptarlo es condición indispensable para abrirse al conocimiento del otro que nos descubre a nosotros mismos. Así como somos, seres vivos que algún día volverán a la tierra, vientre de la humanidad. Enterrar la tierra se entiende entonces como matar a la madre, matar el amor insoportable por una madre que tarde o temprano nos va a olvidar, nos va a abandonar, nos va a dejar solos en la intemperie.
Estreno tras estreno desde Perro muerto en tintorería: los fuertes, vuelvo al encuentro con Angélica Liddell como quien va a un ritual. Justamente el estreno de Una costilla sobre la mesa: Madre volvía a ser en noviembre, anunciando para mí un nuevo ciclo solar. En esta última obra y a la espera del estreno de Una costilla sobre la mesa: Padre encuentro a una creadora con la misma energía, pero con más recursos. En escena esto se traduce en un espectáculo más vigoroso que cuenta con la participación El niño de Elche. Y en una nueva búsqueda, la de sus orígenes, su identidad, anclada a la tradición, al folcklore, a una tierra a la que vuelve para enfrentarse a sus fantasmas.