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Con ‘La profesora de piano’ Jan-Ole Gerster pone en jaque, con una formidable Corinna Harfouch, a la celebrada película ‘La pianista’ de Michael Haneke
La profesora de piano más icónica que nos ofreció el cine fue la de Michael Haneke en La pianista. Con una excepcional Isabelle Huppert subyugada por una perspectiva en la que se apreciaba una escritura de lente misógina, la imagen de la profesora de piano quedaba relegaba a mero fetiche, a través del cual ensañarse. El durísimo acto final, en el que Huppert es humillada por su alumno en un encuentro de violencia sexual que aplastaba toda su estructura hierática, dejaba de manifiesto el propósito de Haneke de someter y castigar, para luego humanizar.
La otra cara de la moneda que recrea un perfil similar al de La pianista del cineasta austríaco, es la que nos propone Jan-Ole Gerster con La profesora de piano, un título que, adaptado a la taquilla española, parece volver a querer reducir al personaje a su rol de profesora. Nada que ver. La principal aquí es Lara Jenkins, una mujer que, frustrado su sueño de ser pianista, acaba llevando una vida como funcionaria que no la satisface, sarcástica y de difícil trato. Ha criado a su hijo para que cumpla los sueños que ella no llevó a cabo. Pero su frustración lo arrastra con él generándole dudas y fricciones. Cuando arranca la película Lara es una mujer terriblemente sola. Abandonada por todos, un día se levanta con la idea de quitarse la vida. Más tarde sabremos que precisamente ese día su hijo debuta como pianista.
Gerster, que anteriormente presentó Oh boy, su ópera prima, una película que, como esta, transcurrió en una sola jornada, nos ofrece ahora un magistral personaje femenino que no queda ensimismado en su mera construcción, ya que en todo momento se valora su despiece. Es, sin duda, la clave y el acierto de una cinta con unos excelentes cimientos que avanza envuelta en incertidumbres sopesadas, y que, sin embargo, en ocasiones, parece que no fluye lo suficiente. No obstante, Corinna Harfouch, que interpreta con convicción a Lara, aprovecha la oportunidad saliéndose de un rol preconcebido que no la dejaría ni avanzar, ni liberarse de las presiones externas. De esta manera se convierte en la imagen de muchas mujeres educadas, desde su nacimiento, para ser las que admiran, no recibiendo ningún tipo de reconocimiento por sus logros, lo cual resulta devastador en el crecimiento personal.
Hay una intención en La profesora de piano de comprender, de escarbar en el interior de una protagonista de difícil calado, de no dejarla sumida en sus derrotas, sino de permitirle avanzar con el espectador en la búsqueda de porqués. Al principio no sabemos muy bien si Lara será capaz de rehacer su identidad traspasados los sesenta y seguir adelante. La escritura retrasa hasta el final un sutil desenlace que no cae en la tentación de ser pueril dejándose arrastrar por estereotipos propios de una contemplación romántica que busca manipular. La vacuidad y levedad que asoma por momentos se entienden entonces. Cuando comprendemos los traspiés e impulsos de una mujer coaccionada por sus fracasos, motivados también por una baja autoestima, generada desde la base social, que ha sabido esconder muy bien. Son los contratiempos que conlleva conducir en la niebla, hasta que se disipa según amanece.