Rosana G. Alonso
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En su segundo largometraje, ‘Algunas bestias’, el chileno Jorge Riquelme Serrano vuelve a activar los mecanismos de la atrofia emocional, que convierte a los hombres en alimañas

Algunas bestias | StyleFeelFree
Imagen de Algunas bestias | StyleFeelFree

Generalmente en el cine a los sociópatas y psicópatas los vemos venir. Están proyectados como antítesis sociales, contraespejo donde mirarnos. Jorge Riquelme Serrano, en su segundo largometraje tras la crudísima y brutal Camaleón, reinvierte esta dinámica, dando un giro importante a su concepción de la perversidad humana. No obstante, vuelve sobre los mismos temas que retrató despiadadamente en su anterior trabajo: el abuso sexual y el poder en los vínculos afectivos. Con un riguroso tratamiento del espacio, en Algunas bestias la perspectiva se aleja, los personajes resultan casi marionetas de un social macabro, concebido como reflejo de las desigualdades. Las tomas aéreas perfilan así un escenario inquietante que mira al elenco de actores como si fuesen títeres de su monstruosidad camuflada de normalidad. Desde el punto de vista artístico hay una voluntad de reducirlos, una forma, aparentemente, de ubicar sus acciones en un conjunto que nos interpela como audiencia.

Si en Camaleón la crudeza visual estaba desprovista de filtros, en Algunas bestias el suspense adquiere un protagonismo relevante. Para empezar, la acción se sitúa en una isla deshabitada del sur de Chile. Allí solo hay una casa abandonada a la que llega una familia compuesta por un matrimonio joven con sus dos hijos adolescentes y los abuelos maternos de estos. En principio todo está diseñado para que nos imaginemos una idílica escapada familiar, si bien, el arranque de la película funciona a modo de advertencia.

A vista de pájaro, la isla aparenta ser un lugar demasiado misterioso, como para que no sospechemos que la trama podría saltar por los aires en cualquier momento. Sin embargo, las señales de alerta no sucumben a una puesta en escena que se rinde a lo espectacular. La propuesta de Riquelme pasa por explorar la psique humana, sacando a relucir lo más insoportable y nauseabundo de una piramidal estructura social que se abandona a sus vicios internos.

Con la exultante pareja que conforman dos de los rostros más imprescindibles del cine y el teatro chileno, Paulina García —memorable en Gloria de Sebastián Lelio— y Alfredo Castro —inmenso en las caracterizaciones que le proporcionó Pablo LarraínAlgunas bestias tiene escenas que pueden adquirir dimensiones desproporcionadas para los espectadores que no estén acostumbrados a una cinematografía chilena que explora en los recovecos más miserables de lo humano. En esta cinematografía sobresale ahora la voz de Jorge Riquelme, un recién llegado que desafiando todas las convenciones, no parece estar dispuesto a descansar, hasta desenterrar los insondables tabúes que asolan a modelos sociales viciados desde la base.
 

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