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Más allá de los debates sobre la migración, en ‘Fortuna’, de Germinal Roaux, el tema de las libertades individuales, de los derechos de los menores y las políticas de género, sobresalen cuestionando continuamente al espectador
Los paisajes nevados, en el cine, son proclives a una imagen poética que acompaña muy bien a una dramatización estilizada, como vimos en Más allá de las colinas, de Cristian Mungiu, en Ida, de Pawel Pawlikowski o en El hotel a orillas del río de Hong Sang-soo. Así lo percibimos también en Fortuna. Entre las blancas montañas suizas, en un paraje tan bello como inhóspito, una congregación de eclesiásticos católicos da cobijo a los refugiados que han llegado a Suiza, tras una desoladora travesía por el mediterráneo. La última película de Germinal Roaux presenta el drama de los desamparados que han realizado una penosa Odisea, en busca de una vida digna. En este escenario, una niña etíope (Siyum Beza) reza a la Virgen y habla con un burro. La imagen nos trae a la memoria la relación entre Marie y su burro en Al azar Baltasar de Robert Bresson.
La tragedia flota en el aire desde la primera secuencia. Pero al mismo tiempo, Roaux mantiene el suspense, que pronto desvela, para situar al espectador, como a su protagonista, en una encrucijada. Es evidente que en todas estas decisiones de escritura hay una intención de denuncia. Más allá de los debates sobre la migración, el tema de las libertades individuales, de los derechos de los menores y las políticas de género, sobresalen cuestionando continuamente al que mira, en una cinta que visualmente es una delicia. Aprovechando todas las posibilidades del blanco y negro que ya experimentó en Left Foot Right Foot, el duro invierno sirve aquí de espejo a través del cual mirar las vicisitudes de la trama. Por otra parte, las tomas largas, los silencios, los planos del mar agitado y el minimalismo al que está sujeto cada movimiento, dejan espacio para la observación y la asociación de ideas.
Es inevitable recordar De dioses y hombres, de Xavier Beauvois, antes de sumergirnos en las tesituras que nos propone el cineasta suizo. Sin embargo, Fortuna está más cerca de El caballo de Turín de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, consiguiendo incluso distanciarse de su anterior trabajo, más impreciso e inexperto en el manejo de una toma de voluntades que cristaliza desde el punto de vista argumental y artístico. La atmósfera y el tratamiento de unos personajes sólidos y profundos entre los que destaca, además de Siyum Beza, un Bruno Ganz mostrando su faceta más humana y espiritual, son su punto de fuerza en un filme que puede plantear sospechas sobres sus intenciones, según se interprete. Con todo, es innegable su enfoque consensuado y su riqueza estilística, que busca aunar lo sublime con lo cotidiano.