Con artistas seleccionados de la Colección Treger/Saint Silvestre La Casa Encendida, en la exposición ‘El ojo eléctrico’, hace del Art Brut un género desde el que mirar dentro

El ojo eléctrico | Exposición Art Brut | StyleFeelFree
Obra de © Albino Braz en la exposición El ojo eléctrico en La Casa Encendida | Foto: © StyleFeelFree

Desde hace algún tiempo La Casa Encendida está inmersa en su exploración de los márgenes, en los que situar, por ende, las vanguardias artísticas del siglo XX. Continuando con esta línea de investigación, la exposición El ojo eléctrico, comisariada por Antonia Gaeta y Pilar Soler, propone un acercamiento al Art Brut desde una reivindicación de lo maravilloso. Concepto pretendidamente ambiguo ya que sirve de cajón de sastre en el que acontece lo fantástico, lo secreto, lo misterioso, lo místico, lo invisible. Cosmos desde el que conectar con el inconsciente y aparcar una racionalidad enfocada al mercado, que prepara al sujeto para competir en una carrera sin descanso por alcanzar una pretendida meritocracia, en detrimento de una talentocracia orientada a un bienestar que acude a la llamada de un orden natural.

Aquí, la necesidad imperiosa de hacer, o incluso de estar, de ser consciente de un cometido que supera al que lo hace, se hace tangible. El ojo eléctrico es un ojo que decodifica las señales del Universo. Los creadores que concurren en esta muestra no son, como ocurre no pocas veces, meros emprendedores que reinterpretan o se apropian de los símbolos de las coyunturas actuales. Se ven a sí mismos como intermediarios, cauce entre espacios y tiempos de una realidad holística en continua transformación. Mensajeros que no quedan eclipsados por el rol del artista, ni han previsto una carrera que los interpele para esclarecer las pautas hipervisibles de nuestro presente. En este sentido, Pilar Soler, en el catálogo que La Casa Encendida editó con motivo de esta muestra, rescata una idea del historiador de arte Ángel González García que desmitifica la famosa frase de Paul Klee que proclamaba “hacer visible lo invisible”, considerando si la competencia del artista no sería, por el contrario, “hacer invisible”.

Partiendo de esta idea que apela a reconocer lo imperceptible, el recorrido que propone El ojo eléctrico convierte las salas, donde se recuperan a algunos de los artistas más cautivadores que componen la extensa colección de Art Brut de Treger/Saint Silvestre, en emplazamientos de culto donde el arte se vuelve proceso vital, revelando el sentir mágico de la humanidad. Una evolución original que busca regresar a la naturaleza de todo ser vivo e inanimado, evitando nuestras tendencias narcisistas, en sociedades de la imagen que nos exigen una artificiosidad del ser que cosifica lo orgánico.

Sobre esto, el pensamiento oriental, en contraposición al occidental, aporta un debate apasionante que refleja, con bastante tino y en tono de comedia, la cineasta Lulu Wang en The Farewell, una película muy accesible y positiva que contribuye a despejar las ideas maniqueas de nuestra concepción del mundo occidental. El deseo de indagar en la unidad que contempla al individuo enfocado en la comunidad, como parte del cosmos, es uno de los puntos más destacables de las creencias orientales que contrastan con el pensamiento occidental, más proclive a concebir la existencia en categorías taxonómicas. Hay una voluntad de evitar el apego, el dolor y la violencia en las filosofías que llegan de Oriente. Y según advierto, es precisamente este afán de purificación, lo que une a los artistas presentes en la propuesta que admiramos en La Casa Encendida.

Por otra parte, se aprecia un reconocimiento en este corpus a un postulado feminista que descubre lo otro, atendiendo a lo que hasta hace poco se excluía de la esfera artística tildándolo de femenino, palabra utilizada para menoscabar la valía de creaciones vinculadas al hogar o a entramados posracionales. Por añadidura, hay una importante presencia de lo alterado, lo disforme, articulándose en espacios de recogimiento o de aislamiento que visibilizan la vertiente más auténtica de lo que se acuñó como Art Brut, locución que si a día de hoy plantea refrendados debates acerca de su idiosincrasia, estos se resuelven acotándose el término al momento específico en el que nació, con el espiritismo en auge, vinculado, en cierta forma, al socialismo utópico. Un clima que dio lugar a una etiqueta que se debe a unas circunstancias y características particulares, bien defendidas por Dubuffet en sus Escritos sobre Arte. Ello no implica que el torrente artístico que actualmente tiene una afinidad con aquel no tenga su interés y debería ocupar un lugar propio. Aunque en ocasiones esté encorsetado en una manifiesta marginalidad que sobrepasa la propia obra, anula la investigación, y menoscaba su sentido último.
 

El ojo eléctrico | Madge Gill | StyleFeelFree

Obra de Madge Gill en la exposición El ojo eléctrico en La Casa Encendida | Foto: © StyleFeelFree

 

Lo mágico, en el Art Brut, hace cognoscible

En la exposición que nos ocupa el Art Brut se entiende como un enunciado genérico que incluye a desclasados que habitan en los márgenes, y engloba desde los creadores de entre guerras, de los cuales destacan los artistas médiumnicos (Madge Gill, Guo Fengyi, Agatha Wojciechowsky, Nina Karasek y Margarethe Held) que se emparentan con los visionarios (Fleury-Joseph Crépin y Scottie Wilson). Junto a estos, configurando un nuevo orden de lo que previsiblemente podría ser el Art Brut, figuras contemporáneas como Alexandro García, Beverly Baker, Melvin Way o Alexis Lippstreu. Su punto de conexión, entre unos y otros, y ahí considero que es lo que hace realmente interesante esta selección, es su inclinación por un conocimiento mágico que explica la realidad más allá de lo visible.

De hecho, es patente que hoy existe un creciente interés por disciplinas de conocimiento alternativas, en donde ocupa un lugar importante la astropsicología con sus múltiples lecturas e interpretaciones que dependen de los sistemas que se empleen, pero que en conjunto parten de una necesidad fehaciente de sacar a la luz las sombras que proyecta el inconsciente para tratar de entenderlas. Personalmente siempre me ha interesado el estudio de la metafísica que encauza el conocimiento de la razón pura hacia una subjetividad de la gnosis generalmente ignorada. Desde esta posición, la astrología orientada a la psicología tiene un papel determinante en el análisis de la conciencia humana y las manifestaciones conductuales. En términos generales, no deja de ser una forma de aproximarse a una dialéctica conciliadora con lo extraño, de descifrar el componente mágico de la vida, de explorar pasajes de incertidumbre relacionados con una psique que se sabe fácilmente manipulable por los distintos poderes que nos quieren dóciles, nos quieren resignados y nos quieren crédulos.

Sin embargo, estas doctrinas siguen estando muy infravaloradas en el canon académico e incluso, muchas veces, museístico. Sin ir más lejos, en la reciente exposición que el Museo Reina Sofía dedicó a Fernando Pessoa, Todo arte es una forma de literatura, aunque por una parte dejó paso a la extraordinaria escena vanguardista portuguesa de la primera mitad del siglo XX; por otra, la figura de Pessoa se utilizó, casi exclusivamente, como reclamo. Se perdió, por consiguiente, la oportunidad de mostrar al escritor como transcriptor polimorfo de lo que no se ve. Su interés por la astrología es clave, por ejemplo, para clarificar su obra y hubiese sido clave, en ese contexto, para vislumbrar su habilidad a la hora de entender el comportamiento humano en la esfera social, como observamos en toda su producción literaria.

Ciertamente, erigir otros lugares desde los que mirar, se vuelve cardinal. Rescatar esos adyacentes significa fraternizarse con lo otro, reconocer en el otro, o en lo otro, probablemente no un igual, pero sí un distinto que complementa el cometido personal, que amplía la mirada y hace más habitables los espacios de convivencia. Tenemos que seguir mirando los márgenes, conscientes, ante todo, de nuestras responsabilidades sociales. Tenemos la obligación humana de tender la mano a aquello que hace más inteligible lo que nos rodea, favoreciendo climas de diálogo, de cordialidad, de expansión, de significación. Tenemos que seguir descubriendo y apoyando nuevas potencialidades en los márgenes, siendo capaces de discernir si lo marginal es tal, o en realidad esa marginalidad es pretendida, o está sujeta a moldes. Tenemos que ser capaces de mirarnos a los ojos sin jerarquizarlo todo. Y en la medida de lo posible, nosotros mismos tenemos que evitar ajustarnos a hormas que hacen del mundo un lugar poco flexible. Así, construiremos circunstancias y situaciones para el crecimiento, la creación, la avenencia. El ojo eléctrico, como algunas de las exposiciones que han ido pasando recientemente por La Casa Encendida, nos ayuda a pensar más detenidamente en esto.
 

El ojo eléctrico | Exposición Art Brut | StyleFeelFree

Espacio expositivo en la muestra El ojo eléctrico en La Casa Encendida | En primer plano obra de Adolf Wölfli | Foto: © StyleFeelFree

El ojo eléctrico | Alexandro García | StyleFeelFree

Obra de Alexandro García en la exposición El ojo eléctrico en La Casa Encendida | Foto: © StyleFeelFree

DATOS DE INTERÉS
Título: El ojo eléctrico
Artistas: varios (Adolf Wölfli, Agatha Wojciechowsky, Albino Braz, Alexandro García, Alexis Lippstreu, Beverly Baker, Fleury-Joseph Crépin, Guo Fengyi, Madge Gill, Margarethe Held, Melvin Way, Nina Karasek, Scottie Wilson…)
Comisariado: Antonia Gaeta y Pilar Soler
Lugar: La Casa Encendida (salas D y E)
Fechas: hasta el 5 de enero de 2020
Horario: consultar
Actividades: Visita a la exposición con las comisarias (concluida), sesión musical con Andrés Noarbe (martes 19 de noviembre a las 19 h en las salas de exposición) y charla entre Caniche editorial y Debajo del sombrero (martes 3 de diciembre en el Torreón 1)
Precio [entrada a exposición]: acceso gratuito