Nico, 1988 | Sin concesiones al icono 

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Rosana G. Alonso

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Una fabulosa Trine Dyrholm da vida a Christa Päffgen en ‘Nico, 1988’, la película que descubre a la persona más allá del icono warholiano y los fantasmas que la rodearon

Aunque tal vez siga siendo más recordada por sus colaboraciones con The Factory y The Velvet Underground o por sus relaciones con Bob Dylan, Jimi Hendrix, Lou Reed o Jim Morrison, Nico, nombre artístico de Christa Päffgen, ha dejado un puñado de remarcables álbumes en solitario, con una identidad reconocible en su sombría voz y sus íntimas letras. Reseñables también fueron las películas en las que participó como intérprete y compositora, entre las que destacan las que realizó junto a Philippe Garrel. En realidad, en los años sesenta o setenta, para una mujer era más fácil ser it girl que artista, por lo que aunque más destacada, durante mucho tiempo estuvo condenada a la lista de super-stars warholianas entre las que se encontraban además Edie Sedgwick y Mary Woronov.

En ese sentido, la película Nico, 1988 deja entrever más a Christa que a Nico. El misterio tras el personaje queda al descubierto. Por lo tanto, la herida se hace visible. Susanna Nicchiarelli, directora de este biopic, es consecuente con la importancia de quitarle la máscara a la imagen icónica. Encapsula la vitalidad de Nico, pero sobremanera capta su esencia humana, al ritmo de la música, consiguiendo penetrar en territorios desconocidos. Superficies áridas desde donde permite al espectador ser partícipe de los estragos del éxito, la maternidad frustrada, el deterioro físico y el vacío interior que se ahoga en un nihilismo penetrante al que una fabulosa Trine Dyrholm, que igualmente brilló en La comuna de Thomas Vinterberg, se entrega desgarrada, captando la esencia tormentosa de uno de los rostros femeninos más inquietantes de la segunda mitad del siglo XX.

Tras Nico entendemos así lo que Antoine D’Agata, cuya obra pudimos disfrutar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el año pasado, reconoció como una forma de vivir política, que se consagra a una idea de la violencia hacia uno mismo, para evitar la impuesta por una maquinaria destructiva que lleva a los cuerpos a la autodestrucción. Por consiguiente el fotógrafo y realizador francés anunció que “un artista auténtico ha de pagar con su cuerpo, con su muerte, con su daño”. Como D’Agata, así vivió Christa Päffgen y así lo percibimos en Nico, 1988, un filme que lleva el ritmo musical de los latidos del corazón en la carne maltratada, afligida a golpe de adicciones y frustraciones.
 

Tráiler de Nico, 1988 | StyleFeelFree Youtube