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Con la exposición ‘Dadá ruso 1914-1924’ el Museo Reina Sofía amalgama las últimas vanguardias europeas, tomando como epicentro una Rusia dadaísta que cosechó su período artístico más transformador y rebelde, si partimos de su ideario anarquista
El artista ruso Aleksei Kruchónij, autor del libreto de Victoria sobre el sol (1913), una ópera del absurdo que, aunque estaba concebida como futurista, marcaría el sendero de un dadaísmo revolucionario, vaticinó que lo que estaba por llegar, en el arte y en la vida, era “algo más allá del cero”. El clima anterior a la Revolución rusa de 1917 era un hervidero de ideas extravagantes, constructivas, progresistas y anárquicas en muchos sentidos. Los artistas que provocaron esa atmósfera, a día de hoy siguen configurando un mapa en el que situamos algunas de las mejores obras del arte contemporáneo, por el ideario que llevaban implícito. Entre ellas, el Cuadrado negro de Kazimir Malévich, concebido originalmente como telón para la ópera mencionada. El cuadrado “renuncia a los conceptos de arriba/abajo y derecha/izquierda, así como a la representación tradicional”, razón por la que “se convirtió en la encarnación visual ideal de la libertad elemental anarquista”, asegura Olga Burenina-Petrova, en el catálogo de la exposición Dadá ruso 1914-1924, una muestra comisariada por Margarita Tupitsyn y que hasta el 22 de octubre puede verse en el Museo Reina Sofía.
En Victoria Sobre el sol, según explica Victor Tupitsyn en el mismo volumen de ensayos realizado con motivo de esta muestra, el cuadrado negro significaba la derrota del sol que llevaba un simbolismo asociado a la belleza y el dinero. Como valores relacionados con el consumo, generador de una ilusión de felicidad arraigada a la publicidad, estos tangibles sirvieron de gancho, durante décadas, para instaurar un capitalismo que ha derivado en la sociedad neoliberal contemporánea. Anteriormente se había publicado la antología futurista La luna muerta. Si ya había una luna muerta, ¿por qué no un sol derrotado?, se pregunta Tupitsyn. Ambos (luna y sol) configuraban una silueta redonda por lo que el cuadrado, en conflicto, recreaba una “confrontación de figuras platónicas ideales”, aclara el crítico cultural. Dialéctica de la Guerra Fría, treinta años atrás de comenzar a manifestarse. El Lisitski con el cartel litográfico Golpead a los blancos con la cuña roja (1919), donde los blancos, que luchaban contra los bolcheviques, se identificaban con un círculo, también había recurrido a la simbología de figuras geométricas y color suprematistas, aunque la cuña roja se representaba con un ofensivo triángulo que irrumpía violentamente en el círculo blanco sobre un fondo negro, colores de la revolución.
Abriendo la exposición Dadá ruso, 1914-1924 en el Museo Reina Sofía, Victoria sobre el sol augura una muestra repleta de artefactos revolucionarios, aunque la idea central no se concreta en un dadaísmo ruso manifiesto, sino que busca la conciliación, dentro y fuera de Rusia, barriendo con las fronteras Occidente-Oriente, de un género al que no obstante no le sientan bien las etiquetas porque como escribió Baián Plamen “toda estructura y toda catalogación se basan en la autoridad”, algo que la corriente anarquista asociada al dadaísmo rechazaba fervientemente. «¡Todo Estado es el carnicero del arte!» escribía Alekséi Morgunov en la revista Anarquía en la que entre otros colaboraban Malévich o Ródchenko, con declaraciones igual de incendiarias contra el Estado y sus tentáculos. Afirmaciones que aparentemente parecen escaparse de la lógica del arte más propagandístico de la época. Por ejemplo, el que emprende Vladímir Tatlin con el Monumento a la Tercera Internacional, más conocido como La Torre y muy criticado por Aleksandr Ródchenko que consideraba que la construcción de monumentos era un proceso que demolía literalmente el yo del individuo. Y lanzaba una pregunta: “¿el arte puede hacerse por encargo, puede hacerse de modo que encaje en un tema, una norma, un tamaño?” Si bien, a pesar de su talante anarquista, él mismo acabaría trabajando por encargo.
Y por poner otro ejemplo de arte más puramente propagandístico cabe señalar buena parte de la obra de Gustav Klutsis con Lenin primero, y luego Stalin, como figuras monumentales, que no nos engañemos, sería ejecutado, por mandato de Iósif Stalin, a finales de los años treinta, un periodo en el que no pocos artistas que habían apoyado a los bolcheviques y la Revolución, fueron sentenciados a muerte o silenciados, ya que sobre ellos pesaba una sospecha sobre la esencia del dadaísmo, un anarquismo de conciencia que buscaba abolir incluso el mismo arte. “Nada de arte. […] a la mierda el arte”, sentenció Tatlin, que se recreó en un arte abiertamente político. Ello explica un momento histórico complejo, envuelto en contradicciones, desafíos personales y sociales, que ha llegado hasta nuestros días con una mirada renovada que se deleita en su atractivo por la contundencia y provocación que lo caracterizan.
Hay que tener en cuenta también que una mayoría de creadores rusos, desde principios del siglo XX, eran afines a las ideas bolcheviques, de ahí que un gran número de obras de la época fuesen explícitamente políticas. Los artistas tenían la esperanza de que la Revolución progresara hacia un mundo nuevo, y su ansiedad por el cambio era demasiado palpitante, para prever sus consecuencias. Por otra parte, algunos dadaístas conocieron personalmente a Vladimir Lenin en Zúrich (Suiza), donde se formó el primer grupo Dadá, en el Cabaret Voltaire. Allí acudían artistas de distintas nacionalidades que se encontraban como refugiados durante la Primera Guerra Mundial. Rincón de encuentro en el cual se dejaba ver, igualmente, el hombre que acabó convirtiéndose en el máximo dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Por aquel entonces, poco antes del levantamiento de 1917, Lenin no dejaba de ser un idealista más que aspiraba a transformar la sociedad y subvertir el orden establecido. Había un mundo por destruir y un mundo por construir. Dialéctica dadaísta de la confrontación de opuestos, la afirmación que lleva tácita la negación, el vacío que se abalanza hacia la nada (nadismo) para abrazar el todo (todismo) de solidaridad compartida. Deseo asimismo de transgredir la norma sin manifestar explícita oposición, sino por medio de la parodia, el sarcasmo, el absurdo, la risa. Un sí que es un no. O un no que es un sí. Nunca un quizás racional y enfático, sino una subjetividad primitiva que sin embargo cuestiona lo establecido, poniendo freno a las jerarquías estéticas.
Un mundo nuevo… el que ansiaban los artistas. Un mundo en el que los hombres del futuro (budetlianes) que habían escapado de la lógica futurista del arte, podían conseguir cualquier hazaña. Entre artificios desorbitados. Inclusive, conquistar el sol con un cuadrado negro que para Malévich era una encarnación de la imagen de la bandera negra, principal emblema de los anarquistas. Más allá del cero estaba la absolución de cualquier clase de poder, estaba el anarquismo. El único movimiento en el que podía tener cabida el arte, tras destruir la estética del objeto encerrado en sí mismo, y el poder de cualquier índole. Pero alcanzar ese estadio obligaba a renunciar al mismo dadaísmo. Ya existía una muerte anunciada. Desde sus mismos orígenes el dadaísmo sabía que su fin era la nada ejecutada no solo en obras plásticas o performativas. De igual forma, hubo muchas manifestaciones literarias, que han dejado una relevante obra poética experimental muy sugestiva, como es el caso del micropoema lírico de Velimir Jlebnikov Bo-be-oh-bi es la canción-labio que remite, en una asociación al vuelo, a la acción TA-TE-TI-TO-TU, de Esther Ferrer, a quien se le advierte una influencia neodadá emparentada con FLUXUS.
La nada. En ningún lugar. Ni a la izquierda, ni a la derecha, ni arriba, ni abajo. Y a pesar de todo, avanzando. Necesaria razón anarquista. Una nada impersonal hacia la que se conducía un sujeto individual que buscaba alcanzar un arte puro, sin limitaciones, cuya esencia estaba en una página en blanco interpretable con un gesto grotesco que volviendo al hoy, remite a una actualidad que nos deja perplejos, pero ante la que nos sentimos desbordados, al borde del abismo. Nihilismo desafectado. Dadá que ha dejado de ser, que nunca fue. Arbitraria razón de la sinrazón. Utopía condenada al fracaso, cuando el ser humano ha perdido la fe en otros seres humanos, convertidos ya en materia que anhela fundirse en la materia, para dominarla. Y ahora, habría que volver a empezar, transcendiendo la misma materialidad.
Sala de expososición en la muestra Dadá ruso 1914-1924 en el Museo Reina Sofía | Foto: © StyleFeelFree
Obra: Tiflis. Poema de ferrocemento, 1917 de Vasili Kamenski en la exposición Dadá ruso 1914-1924 en el Museo Reina Sofía | Foto: © StyleFeelFree
Diseño de Kazimir Malévich y texto de Vladímir Mayakovski en la exposición Dadá ruso 1914-1924 en el Museo Reina Sofía | Foto: © StyleFeelFree
Título: Dadá ruso 1914-1924
Artista: varios (Serguéi Eisenstein, Natalia Goncharova, George Grosz, Vasili Kamenski, Iván Kliun, Gustav Klutsis, Alekséi Kruchónij, Mijaíl Lariónov, El Lisitzki, Kazimir Malévich, Vladímir Mayakovski, Alekséi Morgunov, Francis Picabia, Iván Puni, Man Ray, Aleksandr Ródchenko, Olga Rózanova, Kurt Schwitters, Sesrguéi Senkin, Vladímir Tatlin, Tristan Tzara, Iliá Zdanévich…)
Comisariado: Margarita Tupitsyn
Coordinación: Leticia Sastre y Sofía Cuadrado
Organización: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid)
Lugar: Edificio Sabatini, 1ª planta
Fechas: 6 de junio de 2018 – 22 de octubre de 2018
Precio [entrada a exposición]: consultar