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La obra de la artista Beatriz González, hasta septiembre en el Palacio de Velázquez del parque del Retiro, está repleta de fantasmas que cuentan la historia de la tragicomedia por el poder en Colombia, actualmente atravesando un decisivo momento político
Recorrer la obra de la artista Beatriz González (Bucaramanga. Colombia, 1938), ahora amueblando, y reinterpretando así, el Palacio de Velázquez del parque del Retiro, es acercarse muy de cerca a la historia política de Colombia y sus ciclos de violencia y paz. Escuchar atentamente su llanto hasta hacerlo propio, y dejarse seducir por lo que la artista define como “cantos de sirena”, al referirse a los procesos de paz. Precisamente en estos momentos decisivos para el país latinoamericano que se enfrentará en pocos días a una segunda vuelta en sus elecciones presidenciales, hasta el momento más pacíficas y polémicas, polarizadas entre dos frentes que colapsan la agenda política presente, seguir el rastro que la colombiana ha ido trazando es rememorar una tragedia de proporciones épicas, durante mucho tiempo orquestada por liberales, conservadores, las FARC y el narcotráfico. No obstante González evita convocar a sus fantasmas que en la actualidad reposan apacibles por medio de la instalación Auras anónimas que realizó en 2009 en el Cementerio Central de Bogotá. Concretamente este proyecto resultó ser un gesto por la paz, antes de iniciarse la carrera por la conciliación impulsada por Juan Manuel Santos con las FARC. La artista que puso lápida a cada una de las cavidades desocupadas, que anteriormente habían servido a los innumerables muertos sin identificar durante el Bogotazo de 1948, convirtió así el cementerio en un sitio de memoria que “conduce a la reflexión sobre las innumerables víctimas anónimas del conflicto armado”, según ella misma expresa. Una acción que guarda cierto parentesco con la que Doris Salcedo, discípula de Beatriz González, realizó recientemente en el Palacio de Cristal de Madrid, en aquella ocasión (Palimpsesto, 2017), para invocar a los migrantes cuyas vidas se perdieron tratando de cruzar el Mediterráneo.
En la exposición que desde el 22 de marzo le dedica el Museo Reina Sofía a Beatriz González, en colaboración con el CAPC de Bordeaux y el KW Institute de Berlín, se pueden ver las siluetas bocetadas de cargueros que se trasladaron a las cerca de 9000 lápidas para la magnánima intervención en el cementerio, de la que da crédito la película ¿Por qué llora si ya reí? de Diego García-Moreno presentada en el Museo Reina Sofía con motivo de esta muestra, así como algunas imágenes de archivo que sirvieron de referente a sus series gráficas. El archivo documental de Beatriz es inseparable a su obra pictórica. Lo lleva coleccionando desde 1960 como si se tratase de un diario personal de lo colectivo, y está compuesto por imágenes de prensa, obra gráfica de carácter popular e imágenes sobre la historia universal. Documentos que le sirven para reflexionar no solo sobre su realidad cercana, sino sobre el estatus del arte y su transformación según se reproduce y circula por los distintos estratos —de los países desarrollados a los subdesarrollados, de las clases más opulentas a las más desfavorecidas—, en una subversión de su intencionalidad primera, que reconvierte lo clásico y lo histórico en contemporáneo. En este sentido González lo que hace es dilatar, hasta las últimas consecuencias, el curso de vida de la imagen, para alterar su etimología abiertamente de carácter patriarcal y condenada a una significación y modulación que observa variable, a pesar de su imperturbabilidad, lo que lleva implícito, por otra, una postura didáctica no excluyente. Es por este proceder, al dignificar lo meramente testimonial y la imagen borrosa como estudio de la deriva de la representación, que muchas veces se haya visto su obra como pop. Sin embargo, y a pesar de que con este movimiento artístico guarda una fascinación por la copia y la imperfección de la imagen, la mirada incisiva y el apego a una realidad que Beatriz experimenta y siente, al ser una artista de raíces comprometida con un lugar y un tiempo, la desvincula de un pop meramente artificial y banal más distintivo del séquito warholiano. Justamente en un momento histórico que tiende a una movilización del artista sin precedentes, producto de la globalización neoliberal en la que estamos inmersos, esta decisión de narrar lo propio, desde un lugar natalicio y experiencial, tiene mayor relevancia hoy.
Muebles, objetos y cortinas de Beatriz González, todo son pinturas, narraciones de lo político
Frente a la entrada del Palacio de Velázquez donde se pueden apreciar cerca de 160 obras realizadas desde 1967 hasta la actualidad, luce majestuosa Telón de la móvil y cambiante naturaleza (1978) inspirada en Le déjeuner sur l’herbe de Manet. A su derecha, Decoración de interiores (1981); y a su izquierda, Sea culto: siembre árboles, regale más libros (1977). En conjunto, tres de las obras más imponentes de la artista, como telones de fondo que decoran, con marcada ironía de impronta goyesca, la estancia más sugestiva del Museo Reina Sofía, en el parque del Retiro. Un recinto muy apropiado para situar la obra de Beatriz González que evidencia su crítica al arte en un gesto transgresor de apropiación que sintetiza y recoloca, por un lado, piezas maestras de la pintura universal. Desde otra perspectiva, se resalta su interés por la caricatura en la mirada que selecciona el tema, lacónico, en Decoración de interiores, una cortina de grandes dimensiones en la que está estampada una imagen del expresidente colombiano Julio César Turbay en una fiesta rodeado de una comitiva de iguales. Lo anecdótico convertido en símbolo de un poder infructuoso y arrogante. Representación de una representación que se pliega y se reduce a un mínimo que desmenuza lo ampuloso. Lo alegórico o real trasmutado en símbolo que independientemente de su grafía, no deja de ser utilitario al permitir colocar aquí, muy disimuladamente y con sentido de la oportunidad del espacio, los zócalos de la tragedia y de la comedia, propiedad del Museo Reina Sofía, que escenifican su trabajo al completo. Primero, la alegría de juventud; luego, el dolor de madurez al ser consciente de la desdicha ajena que es la desdicha que acompaña a la historia. Relato de todos regurgitado por la artista dispuesta a encontrar soluciones en cajones de sastre improvisados.
En primer plano, la obra Decoración de interiores y en segundo plano Zócalo de la tragedia de © Beatriz González | Foto: © StyleFeelFree
Soluciones o respuestas que Beatriz González ha estado materializando durante toda su trayectoria, no esquivando el azar e imagino, siendo paciente con un tiempo que ordena y recoloca. Finalmente, encontró su camino, su estilo, su voz enérgica. Indispensable voz desde su condición femenina. Y al encontrar su camino, se reencontró también con los otros. Mirando un recorte de prensa —en este caso la noticia que dio lugar a Los suicidas del Sisga—, entendió que su arte tenía que ser plano y conciso. De lo popular hacia lo popular. Alejarse de la grandiosidad de un Botero sobrexcitado. Ser ella misma, con su aplastante naturalidad y sinceridad al constatar también que si por ejemplo, una cama es una cama, sirve de reposo para una Naturaleza casi muerta o La muerte del pecador. Por la misma lógica, si una mesa es una mesa, sirve para recapitular La última cena que se rehabilita para La última mesa. “Empecé a sentir que los materiales me dictaban que obra tenía que hacer”, explica. Y así encontramos como entre esos tres grandes telones de fondo, todas sus pinturas, en las que se engloban las que están ensambladas a muebles que evolucionan hasta reconstruirse en ready-mades extrapolados, nos transmiten el legado de su tierra vivencial. Para ello, Beatriz González pisa con sus pies el lodo y camina descalza entre la gente experimentando con todos los sentidos, pero sin intención de servir a una identidad para la complacencia, lo que significa ser artista. En sus propias palabras, “el artista cuenta lo que la historia no puede contar”. Pero para ello hay que confundirse entre la multitud y hacerse responsable del peso de la biografía popular, convirtiendo así la factura pop estadounidense en realismo que conecta con el dolor de la posguerra europea, tan bien articulado por Andrzej Wróblewski en sus muertos azules que guardan cierto paralelismo con el Autorretrato desnuda llorando de Beatriz González. Azul de pena de tantos artistas.
En un momento histórico crucial para Colombia y muy difuso para muchos colombianos, ahora indecisos, que votaron por Fajardo o De la Calle y temen que Colombia no pueda vivir en paz y alejada de la corrupción si cualquiera de los dos candidatos a presidente (el uribista Iván Duque de Centro Democrático, y Gustavo Petro de Colombia Humana y ex guerrillero del M-19 ) finalmente se proclama como tal, acercarse a la narración de Beatriz González es comprender que es necesario reordenar la historia y enterrar a los muertos para que sus auras descansen en paz. Un aura que lejos del significado que Walter Benjamin le dio, situándolo en el lugar de la experiencia de lo irrepetible, para la artista colombiana tiene una acepción mística. Reordenar la historiografía, reconducirla, implica pensar en un bien común tantas veces olvidado o difamado por lobos políticos que han pisoteado su buen nombre para favorecer a unos pocos, pasando por encima de quien fuese. Pero el tiempo presente y si no el futuro, reacomoda, a veces, imprevisiblemente. A la política española actual me dirijo. Si bien, la denuncia del poder político, que implica una observación sin filtros, es deber del artista expandiéndose de la intimidad pública a la voluntad manifiesta de cambiar los estados. Desde esta ejecución, la obra de Beatriz González traspasa fronteras y se convierte en universal. El que no tiene muertos que enterrar, es cómplice de los agravios de la historia.
Obra: Asesinada mujer en hospedaje positivo de © Beatriz González | Foto: © StyleFeelFree
Obra: La pesca milagrosa de © Beatriz González | Foto: © StyleFeelFree
Imagen de sala de la exposición sobre Beatriz González en el Palacio de Velázquez | Foto: © StyleFeelFree
Título: Beatriz González
Artista: Beatriz González
Comisariado: María Inés Rodríguez
Coordinación: Rafael García
Organización: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), CAPC musée d’art contemporain de Bordeaux y KW Institute for Contemporary Art (Berlín)
Lugar: Palacio de Velázquez. Parque del Retiro de Madrid
Fechas: 22 de marzo de 2018 – 2 de septiembre de 2018
Precio [entrada a exposición]: acceso libre y gratuito