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Esta es la crónica DocumentaMadrid 2018, diario de viajes, con anotaciones al margen, proyectado inevitablemente hacia lo personal que busca acercarse al tono de la cinematografía de Ross McElwee
No puedo evitar incidir en esta crónica DocumentaMadrid 2018 en la idea de cómo esta última década ha sido decisiva para asentar definitivamente una creatividad, sea de carácter audiovisual o de otra índole, de manifiesta escritura subjetiva, multidisciplinar y acumulativa. De ahí que en lugar de ejercicio periodístico inscrito en unas bases que buscan una objetividad difícilmente alcanzable salvo que se conjeture el paradigma de que la confrontación es solo cosa de dos supuestas fuentes, esta crónica, por llamarla de alguna forma, probablemente acabe por tener más relación con el diario de viaje, apuntes al margen, cimentado por dos aspectos primordiales: el tiempo, erradicado en un espacio; y el gesto, perfilado en lo corporal. Todo porque lejos de ser autómatas, somos cuerpos que reflexionan y sienten, en cierta medida, puesto que estamos marcados por un tiempo limitado a un espacio. El nuestro, el de los otros, el de las ideas, y el de lo meramente objetual. La presencia de Ross McElwee en esta edición de DocumentaMadrid ha contribuido, por lo demás, a ensalzar lo íntimo y personal que primero en Backyard y luego en Sherman’s March, en la década de los ochenta, parecían presagiar como la dimensión del yo se realzaría, por intromisión de los gigantes tecnológicos, en el espacio privado. Lo cual ha contribuido a que nuestra dimensión política y social quede fijada por una inmóvil profundidad de campo que deja el entorno desdibujado. Esto es, a los otros, en un segundo plano.
No voy a extenderme tampoco en mi continuada apelación por una cultura de la imagen, del texto, de la voz, de lo corporal, o de todo ello junto, que no esconde sus intereses políticos, cuando lo político es realmente visible y viable, o incluso únicamente visible y viable, en las decisiones cotidianas diarias, en lo afectivo que busca pasar de lo nuestro vinculante, a aquello circundante, con un mínimo de empatía. Y en cómo somos objeto también de estos arbitrajes, a veces aparentemente intrascendentes, que quedan determinados por esas dimensiones de las que hablaba. El tiempo y el gesto que interactúan con el espacio y el cuerpo. El resto es diplomacia y relaciones por y para el poder, en su amplio espectro. Parámetros [tiempo-gesto] sobre los que he reflexionado considerablemente a través de mi propia trayectoria profesional-personal inducida o experimentada, en los últimos años, a través de la obra de otros autores. Tal es el caso de Franz Erhard Walther o Esther Ferrer, ambos recientemente recuperados por el Museo Reina Sofía en su sede del Palacio de Velázquez del Parque del Retiro.
Crónica DocumentaMadrid 2018 | 1. Claves: Brasil, feminismo y dialécticas de género
Independientemente de estas medidas, resumiendo, hay tres aspectos claves que han definido esta crónica DocumentaMadrid 2018. Por un lado, la presencia de un Brasil pro-Lula, complejo y atravesando una difícil crisis política, que ha triunfado en la sección internacional de largometrajes con los premios que otorgó el jurado a dos películas brasileñas: O Processo, de Maria Augusta Ramos, que se llevó el galardón principal; y Bixa Travesti, de Kiko Goifman y Claudia Priscilla, que compartieron la mención especial con el documental Of Fathers and sons del sirio afincado en Alemania Talal Derki. Por otro lado, la inclusión de un ciclo de documentales de marcado carácter feminista entre los que se encontraba otro brasileño, Baronesa, de Juliana Antunes, así como el documental gallego Tódalas Mulleres que coñezo de Xiana do Teixeiro que se llevó el premio Screenly con su radiografía de una sociedad en la que se observa claramente, aunque sea un tema del que no se ha hablado con la atención que merece, de ahí su interés, como las mujeres tenemos que adoptar ciertas medidas para ejercer la misma libertad de acción que los hombres, ante un cuerpo previamente sexualizado por una sociedad que sigue anclada en los mismos condicionantes de género, incrementados muchas veces por el mismo e insuficiente sistema educativo, la seudo-cultura, y gran parte de los medios de comunicación aferrados a una agenda sensacionalista que busca captar a una audiencia paralizada por el miedo.
Finalmente, el otro aspecto a destacar que está muy emparejado con este anterior es, al menos en las secciones internacionales que son las que he seguido con más asiduidad, la selección de cintas que agitan las dialécticas de género enfocando una masculinidad hipertrofiada y asentada en el estereotipo, que parece rechazar la visión de lo femenino, en algunos casos y visiblemente, como denuncia a un sistema también hipertrofiado. Muy elocuente en Of Fathers and sons o Blue Orchids de Johan Grimonprez, con el doble retrato del traficante de armas Riccardo Privitera que queda anulado por la certera y afligida visión del periodista y ex corresponsal de guerra del New York Times Chris Hedges. Con menos visión crítica pero establecido en la mera observación vimos las películas Playing Men y Good Luck, ganadora, esta última, de una mención especial en la competición Fugas, aunque bien podría haber estado en la competición de largometraje internacional intercambiando posición con Purge This Land de Lee Anne Schmitt, una propuesta que privilegia la imagen poética conducida por la voz en off que relata el periplo de la negritud en un Estados Unidos racista que aún conserva las huellas de una esclavitud que Lee Anne Schmitt, realizadora de este íntimo pasaje fílmico, explora para tratar de situar su propia historia personal. Una apreciación y tonalidad que conecta con Tempestad de Tatiana Huezo, uno de los estrenos más interesantes del DocumentaMadrid 2016, si bien este Purge This Land se acerca más a las dinámicas de documentales como 13th de Ava Du Vernay o I am not your negro de Raoul Peck. No obstante en una sesión con el aire acondicionado descontrolado, fue una cinta que me dejó una impresión de déjà vu, lo que viene a determinar que las condiciones condicionan. Otra razón pudiese ser que este tipo de documentales que privilegian lo icónico, necesitan ser muy amenos al estructurar una narrativa aquí dislocada y fragmentada que queda en un segundo lugar frente a un poderoso visual.
Modos de ver y entender lo documental que se confrontan a otros proyectos que incidiendo en comportamientos atribuidos a lo masculino, lo cual no deja de ser un proceder arriesgado aunque dejemos de lado la moral, adoptan una mirada complaciente que invita a cuestionarse muchos interrogantes sobre las decisiones de sus realizadores al elegir a sus sujetos, temas y modos, evidentemente, en los documentales Caniba y Buddha.mov; y de forma más imprecisa, en Room for a man, que situaría en una tierra de nadie inconexa y anclada a cierto narcisismo. Esto porque incidir en esta dialéctica masculino-femenino contribuye a alimentar estereotipos y construcciones falsas que siguen en pie por un social errado, cuando el género solo es vinculante en su construcción, que acaba determinando, eso sí, estas dislocadas realidades. Y como prueba invito a un experimento. Imaginen cómo reaccionaría el público (los públicos), ante un documental que visibilizara, a la inversa, un femenino hipertrofiado, que supongo, no hace falta que explique, porque lo femenino tiene una imaginería de sobra conocida. Ello me lleva a una serie de cuestiones, ¿qué visibilizamos? ¿Con qué intención? ¿Tiene alguna repercusión en el fomento de un social más equitativo o que contribuya a explicarlo, desde una posición crítica que respeta al espectador, considerándolo un individuo crítico?
Desgranando estos puntos diría que de esta selección las películas brasileñas O Processo y Bixa Travesty fueron algunas de las sorpresas (en el buen sentido) del festival que pusieron el punto de mira en el Brasil más reciente, afianzando las sentencias meramente políticas, sus estructuras, por una parte; y las políticas del cuerpo por otra, que vuelven a poner el foco de atención en esa dicotomía femenino-masculino que ha sido el centro de atención de este certamen, resultando vencedora la defensa de un femenino-feminismo político que busca abolir las dimensiones corporales y las estructuras de poder, acentuando asimismo la fragilidad corporal en Bixa Travesty. Aunque quizás, a pesar de lo urgente del discurso que expresa este documental de (maravilloso) personaje centrado en Linn da Quebrada, también haya escenas de corte puramente voyerista que acaban eclipsando la narración.
En cuanto a O Processo lo que apuntaba a ser un arduo documental sobre el juicio político a Dilma Rousseff se convirtió en una película dinámica, con cierta carga de drama y humor inherente al propio seguimiento de los protagonistas. En este caso, otro doble retrato entre el equipo de defensa de Dilma en el que destacan el abogado José Eduardo Cardozo y la senadora Gleisi Hoffmann; y el de la oposición centralizado en la controvertida Janaina Paschoal. El mismo orden del día del juicio y sus pormenores son suficientes para focalizar el circo político en el que se están convirtiendo muchas democracias. Aquí, la democracia brasileña, en un documental de intención pretendidamente subjetivo que avanza sin enfocar a ninguno de sus personajes, sino el proceso en sí, de contemplación kafkiana según determina uno de los personajes de este tinglado político, que da lugar al título. Excelente articulación en una cinta que sin embargo es menos arriesgada que Of Fathers and sons, el filme en el que Talal Derki humaniza el horror del salafismo sin justificarlo, acentuando una visión que evita caer en una fácil afectación que rechaza abiertamente, centrándose en lo esencial para que la película avance dando respuestas al espectador de una actualidad apremiante.
Crónica DocumentaMadrid 2018 | 2. Retomando lo personal: el tiempo y el gesto
Volviendo al origen que preveía determinante en esta crónica DocumentaMadrid 2018 y tras este inciso para hacer un resumen de las particularidades de esta última edición recientemente clausurada, hay dos aspectos que como apuntaba al inicio de este escrito, no me gustaría pasar por alto. Para empezar, la idea de tiempo. ¿Cuánto tiempo se puede retener al espectador, con qué estratagemas convincentes, para contar algo que el realizador considera significativo? Continuando, el concepto de gesto. ¿Es consciente el realizador del filme de esa atención que tiene que captar por medio del gesto, teniendo en cuenta que el concepto de tiempo ha cambiado notablemente y difícilmente entramos a ver una proyección con la dedicación que le prestábamos hace quince o veinte años, ya que nuestra percepción ahora está más dispersa? Por supuesto, hay que seducir al espectador. Lo reconoce sin pudor Adam Curtis, que recientemente visitó Madrid, donde impartió una clase magistral a la que tuve ocasión de asistir. Sin trampas que quedan al descubierto, pero atendiendo a nuevas formas de percepción de la realidad. Pero algunos autores han quedado anclados a una idea del cine antiguo que permitía al director _ no pocas veces desde cierto paternalismo de índole patriarcal _ erigirse como un dios-totem ante un público entregado, con bastante más tiempo disponible del que tiene en un presente caprichoso y escurridizo.
Los públicos han cambiado. Y las actitudes que manifiestan en la actualidad llegan a contemplar cierta cualidad anarquista, que no tiene por qué significar, ni mucho menos, que no se aprecie lo cultural, sino que disponen de más herramientas a su alcance que les permiten ser exigentes. Y por supuesto, quieren (queremos) que se nos respete como espectadores críticos que discriminan cada vez más. En este sentido Hito Steyerl en una entrevista con João Fernandes con motivo de la exposición Duty-Free Art en el Museo Reina Sofía asentía que “… el tiempo es un recurso o una mercancía extremadamente escasa. También se puede aplicar a los espectadores. No quieres quitarles demasiado tiempo porque no tienen mucho. Si te empeñas en hacer lo contrario, adoptas una postura violenta. Forzar a alguien a sacrificar seis horas para aguantar una pontificación a cámara lenta cuando podría estar haciendo cualquier otra cosa, me parece un gesto de la alta modernidad, arrogante, privilegiado. Así que intento ser respetuosa con el tiempo de la gente”.
Consciente de que yo misma estoy adoptando un proceder no exento de cierta arrogancia al escribir esta ya larga crónica DocumentaMadrid 2018, me amparo en que tengo la intención de recuperar el tiempo dedicado y convertirlo en tiempo de valor compartido, tratando de sintetizar, no obstante, algunos de los muchos juicios que he procesado estos días pasados. Una decisión tomada, por otra parte, por lo anecdótico. Como un director que orquesta qué y un editor que decide cómo engarzar y en qué orden, en realidad yo misma al abordar un artículo prescindo de infinidad de detalles (gestos) que esta vez no quiero obviar porque distorsionarían lo esencial de esta narración que se entrelaza entre la propia vida y la (en cierta forma) ficción documentada. Gestos que son decisiones muchas veces arregladas por agentes externos y que en la pasada edición de DocumentaMadrid, con el cambio directivo que asumía el festival y que preveía sería positivo para airear y regenerar un certamen financiado por el Ayuntamiento de Madrid, imposibilitaron, a pesar de mi buena predisposición, el ejercicio de síntesis que esperaba realizar, sin otro interés que dar un punto de vista que fomentase el diálogo, puesto que el equipo de prensa de entonces, no resultó nada facilitador.
Con mejores pronósticos para esta nueva edición, me disponía a dedicar un tiempo del que carezco, en aras de disfrutar de una libertad de expresión que escasea. En total, contabilizadas, 60 horas de dedicación a un festival, registrando el tiempo de desplazamiento y los escasos minutos entre películas. Pero sin contabilizar el tiempo que supone organizar los pases y documentarse, para satisfacer este análisis que le debo a las horas, los días invertidos. De ahí su longitud. Un tiempo (el de los demás) que los organizadores del festival no contemplan teniendo en cuenta que a última hora, y sin avisar, adelantan un pase matinal para jurado y prensa, que había confirmado previamente. El tiempo otra vez. Inevitable pérdida de tiempo para los que seguimos prefiriendo estar en el lado débil de una balanza desequilibrada realizando una labor de transmisión centrada en los otros, para los otros. La respuesta que encontré a este contratiempo, en un día que preveía muy ajetreado, me la dio una portavoz de DocumentaMadrid: “fue una decisión que se tomó”. Eso me llevó a pensar en el gesto y el tiempo implícitos en la toma de decisiones.
60 horas. 60 horas que implican costearse transporte y dietas. 60 horas que me hubiesen servido, según una rápida búsqueda por google, para por ejemplo _ entiéndase su sentido tragi-cómico _ realizar un curso completo de prevención de riesgos laborales u otro de alemán inicial. La prensa libre nunca ha estado más amenazada porque entre otras cosas, está estigmatizada. Es difícil acostumbrarse a esto. Antes de comenzar el festival comuniqué por email mi poca disponibilidad para hacer entrevistas si quería tener una visión de conjunto que me obligaba a ver, en muchas ocasiones, cuatro películas al día, sin contar las que tenía previstas al margen del festival, ya que no tuve opción de verlas antes. No es cuestión de afinidades o diferencias políticas. En mi caso particular, nunca me han interesado los juegos de poder, pero los que me leen pueden intuir mi interés social, feminista y especialmente, humanístico, aunque aborrezca las etiquetas de cualquier estirpe.
Entiendo que los festivales tienen agendas muy apretadas. Igualmente, está normalizada la precariedad del periodista. En el Estado español, sobremanera. ¿Pero qué sentido tiene un festival de estas características si no fomenta el debate, la disparidad de puntos de vista, la crítica, el diálogo? Se pretende que los periodistas estemos siempre disponibles e improvisando sin tener en cuenta las condiciones, lo que lleva a que se planteen preguntas sin reflexión ni análisis, o que ya llevan implícita la respuesta, bien por reiteración, bien por falta de profundidad. Los profesionales de la comunicación están en realidad en una situación muy endeble y solo se les requiere, en la mayoría de los casos, como mensajeros de diversos sistemas.
De momento puedo seguir, muy limitadamente, en StyleFeelFree dictando las reglas del juego y observando el espectáculo de la cultura desde distintos ángulos, siendo consciente de sus tesituras. Pero el tiempo nuevamente manda y tengo asimilada esta debilidad que implica además mucha fortaleza, haciéndome al mismo tiempo vulnerable por un lado, reticente por otro, y dependiente de factores externos que no puedo modular. Estos últimos años he estado más concienciada con la idea de tiempo, precisamente porque he tomado realmente conciencia de que es finito. El propio, y el de las personas con las que tenemos un fuerte lazo afectivo. No voy a entrar en detalles personales. Prefiero recuperar otra sugestiva cinta que me llevó de la mano para enfrentarme, al día siguiente, a una realidad que mi familia estaba postergando decirme, y que de alguna forma intuía, que convirtió los dos últimos días del festival en un ritual para tratar de escapar de los sentimientos personales. Ahora tampoco voy a pararme en detalles. Solo soy una mera espectadora de lo ajeno que me invita a lidiar con mis propias decisiones y experiencias. La película,Amanecer de Carmen Torres, que competía en la sección oficial, fue otra de las sorpresas del festival. Una oportunidad de entrar en abismos identificables, que nos sumergen en un intenso y doloroso viaje por un itinerario personal que se vuelve común, ahondando en la búsqueda de la identidad, la pérdida, la verdad y lo difícil que resulta rastrearla encarando los condicionantes sociales que nos hacen ocupar un lugar y ser quienes somos.
Siguiendo con la valoración y matizando la importancia del tiempo y el gesto, resaltaría, como una de las fortalezas de esta edición de DocumentaMadrid 2018, la inclusión de filmes a competición en los que no ha sido determinante su duración para exhibirlas. Desde la media duración de Fán Dòng de Zhou Tao (47 minutos), pura abstracción cinética consagrada al arte, que se llevó el premio del jurado en la competición Fugas, hasta Good Luck (143 minutos), de Ben Russell, la cinta más larga del festival que aunque resultó ser un trabajo muy locuaz en algunas escenas minuciosas y vibrantes estéticamente, hubiese prosperado centrándose únicamente en uno de los episodios planteados y guiados por los retratos de sus protagonistas tal que Laila Pakalnina en El autobús, proyectada dentro del homenaje a la cineasta letona. Bien el localizado en las minas serbias o el localizado en Surinam que guarda ciertas similitudes con City of Jade de Midi Z, aunque la fotografía es más magnánima en la película del birmano. Vuelvo a reiterar aquí la necesidad de una conciencia del tiempo, un tiempo de valor que desdeña lo redundante en un difícil y a veces poco apreciado proceso de síntesis, de limpieza visual y de ordenación de las ideas, sin menoscabar una necesaria ejecución estética que puede invitar a lo abstracto, lo conceptual, lo bizarro… A pesar de ello, coincido con el jurado de la sección de Fugas en reconocer que estas cintas _ que no tuve ocasión de ver hasta después de fallados los premios _ eran las más prominentes junto a Green Fog, bajo mi punto de vista, más digna de ovación, mereciendo un capítulo aparte, que espero materializar cuando el tiempo me lo permita. En general hay varias películas en esta edición que merecen ese capítulo aunque solo sea por la polémica que generan y a pesar de que nuevamente el tiempo en algunas de ellas no juega a su favor. Me guardo los pormenores para otra ocasión.
Apunte final de esta Crónica DocumentaMadrid 2018: mi intención en un principio era hablar solo de DocumentaMadrid sin anotaciones al margen ni nada personal, pero finalmente, como Ross McElwee en Sherman’s March, película que vi hace algún tiempo y no he tenido ocasión de revisar por esa falta de tiempo, lo personal, irremediablemente, ha tenido un peso significativo y se ha cruzado en esta crónica que ha dejado de ser, para convertirse en un texto de frustraciones y reivindicación de un periodismo libre abiertamente subjetivo. Durante estos días he aparcado toda mi rutina, para entregarme a la dedicación al otro, regalándoles mi tiempo. Ahora toca enfrentarse a mi propia realidad fragmentada para tratar de recomponerla.