Nunca estamos solos | Hipérbole de realidad 

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Rosana G. Alonso

Alma mater de SFF. Librepensadora observando las dinámicas sociales y culturales desde una perspectiva feminista que se abre a lxs otrxs

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Como parábola de una realidad que tiende a la polarización ‘Nunca estamos solos’, del checo Petr Václav, es un ejercicio excepcional

Aunque apenas si llega cine checo a las salas españolas, si juntamos a todos los países que formaron el antiguo bloque comunista a lo largo de un año podemos conformar un abanico ilustrado y significativo que muestra como la cinematografía del este tiene una salud envidiable, puesto que no ha caído en la trampa de un cine de entretenimiento afianzado en el estereotipo del bienestar. Nunca estamos solos, de Petr Václav, es otra gema de cine social con identidad propia, latente en el énfasis sobredimensionado de lo meramente real, y que además demuestra como la Europa Oriental, lejos de ser una unidad encasillable es prolífica en lo audiovisual, con autores que han sabido moverse en aguas turbulentas enfocando al ser humano con una lente que busca respuestas en encuadres para la reflexión.

Como ejemplos de este cine tenemos una nueva oleada de cineastas prominentes como el polaco Tomasz Wasilewski, los búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov o los rumanos Calin Peter Netzer y Adrian Sitaru. A estos podríamos añadir al checo Petr Václav, más veterano que los anteriores, pero un desconocido en las salas de cine españolas que ahora proyectan Nunca estamos solos dos años después de su estreno oficial. Una cinta en la que escarba en lo subterráneo para ofrecer un retrato coral que investiga en los abismos individuales en interacción con los otros. Precipicios que, vistos a cámara lenta, apenas son perceptibles de realidades que solo se descubren en su hipérbole.

Los estridentes y asombrosos personajes de Nunca estamos solos están sometidos a un sobreesfuerzo que si no exagera, acelera la trama convirtiéndola en una carretera sinuosa, un ejercicio que avanza sin desperdiciar un solo segundo de metraje. La intensidad junto con la sordidez de algunas escenas parecen encaminadas a un callejón sin salida. Sin embargo, nada sofoca este ímpetu que acaba por conformar una improvisada Torre de Babel de convivencia donde lo aparentemente improbable es ley de vida que impulsa a tomar decisiones antagónicas que pasan por, o bien revertir el orden establecido, o defenderlo por encima de todo. En este sentido, los papeles femeninos —inmejorable Lenka Vlasáková, reflejo de Kati Outinen en las películas de Kaurismaki— y los que protagonizan niños, todavía experimentando el mundo, son la voz del cambio, de lo anárquico que busca la liberación.

En el otro lado de la balanza, los papeles masculinos siguen el camino de un orden de estructuras poco abiertas a lo que constituye una amenaza ficticia que conduce al autoritarismo y la explotación. Esta polarización se convierte en parábola del mundo que habitamos, sus desórdenes y sus propias jerarquías. Por todo esto, Nunca estamos solos es excepcional. Y sus abruptas decisiones estéticas que optan por un tratamiento formal cromático muy potente combinado con el blanco y el negro, escenifican muy bien el laberinto que recorremos tratando de mantenernos al margen de excesos en los que, sin embargo, caemos.
 

Tráiler de Nunca estamos solos | StyleFeelFree Youtube