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La minuciosa retrospectiva que la Fundación Juan March de Madrid dedica a Lyonel Feininger, nos aproxima a un artista constructor de mundos en los que la figura humana pasa de ser todopoderosa, a perderse en un espacio entre el presente y el futuro
Abarcar toda la obra de Lyonel Feininger como ahora propone la Fundación Juan March a través de las cerca de cuatrocientas obras y documentos, que pueden verse en su sede de Madrid, no deja de ser un reto tanto para la vista como para el intelecto, cuando en cambio pocas trayectorias artísticas han tenido un ritmo interno tan acompasado. No en vano sus padres eran músicos. Hijo de emigrantes alemanes en Estados Unidos, aprendió a tocar el violín con su padre en su Nueva York natal. Pero finalmente la música cedió ante los impulsos de dibujar y pintar. Estos fueron tomando forma en Alemania a donde se trasladó, siendo un adolescente, con intención de estudiar música, por requerimiento de su padre. En cambio acabó matriculándose primero en la Escuela Pública de Artes y Oficios de Hamburgo y luego, en la Real Academia de Bellas Artes de Berlín en lo que aparenta ser el primer acto de una rebeldía no predispuesta a la desavenencia sistemática, sino a la mediación sentida entre mundos distanciados que marcarían su recorrido. EEUU y Alemania; la ambivalencia entre el dibujo, menos valorado como medio artístico y la pintura; la separación de sus padres. En Lyonel Feininger estos contrastes lo sitúan como una figura aparentemente difícil de alcanzar hasta que se manifiestan, compendiándose en sus óleos. Como asegura Wolfgang Büche en el catálogo editado con motivo de la muestra en Juan March, su pintura está basada en “la armonía y el equilibrio entre opuestos” que buscan “lograr la forma última que produce una impresión de eternidad y atemporalidad”.
El reto del que hablaba al principio pasa entonces por entender que de sus primeras caricaturas y tiras cómicas para revistas humorísticas y suplementos con sus, en muchos casos, eminentes figuras, hasta sus depuradas y expresionistas pinturas que superan las vanguardias, dándoles una nueva visión con rasgos futuristas, cubistas e incluso surrealistas, hay un camino serpenteado que él mismo recorrió volviendo muchas veces sobre sus pasos. No hay saltos abruptos. Solo hay que apreciar la similitud formal de La isla (1923), Nube rosa II (1928) y Dunas al atardecer (1936). Tres obras que parecen completar un asombroso tríptico que superan la grandiosidad figurativa que rebasaba el lienzo en El hombre blanco, en la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.
Para llegar a la ausencia total de la figura, Feininger atraviesa antes puntos intermedios en los que el rastro humano casi desaparece, permaneciendo al mismo tiempo aislado en paisajes con bloques de color difuminados y ángulos que se matizan perdiéndose en su casi disolución. La fluidez es absoluta. Entre un pasado nostálgico, un presente que tiene ocasión de presenciar en la cresta de la ola artística (Paris por medio y sobre todo la Bauhaus donde sería uno de sus profesores inaugurales, a los que luego se les sumaría Paul Klee, Vassily Kandinsky y László Moholy-Nagy) y un futuro que vislumbra ansiando la idea de plenitud, de sosiego, de calma total después de la encrucijada que supuso para él ser un americano-alemán en suelo alemán, en unos años treinta desquiciados para Europa que acabarían culminando en la II Guerra Mundial.
Cristales rotos (1927) que en la exposición de la Fundación Juan March aparece justo al comienzo, como hilo introductorio a todo su repertorio, parece resumir prácticamente toda la trayectoria de Lyonel Feininger hasta su etapa final. Curiosamente la pinta cuando empieza a evolucionar hacia obras más sosegadas desde el punto de vista formal aunque más tenebrosas y recluidas en sus propios muros. Los prismas angulosos y mordaces, muy evidentes en sus grabados en madera a la fibra de finales de los años diez, ya anunciaban esos cristales rotos que al final de su vida trata de recomponer. En 1937 Lyonel Feininger abandona definitivamente una Alemania inhabitable que lo percibe como un artista degenerado. Su condición de estadounidense, aún siéndolo, en un primer momento le desborda. A principios de los cuarenta, cuando empieza a tener éxito en los Estados Unidos después de unos años treinta muy precarios, todavía se siente como un Músico ciego en la playa, obra que pintó en 1942. A partir de entonces sus trazos expresionistas se desvanecen en una paleta de grises y azules que dejan paso a la verdadera esencialidad de una personalidad individual que probó con distintos formatos que incluyeron la fotografía y la talla en madera para construir todo un mundo lúdico. La ciudad en los confines del mundo, tallada en madera, a día de hoy nos recuerda la permeabilidad de un artista que en El hechizo (1951) miraba al espectador impasible. Para entonces, ya había construido tantos mundos como había imaginado.
Sin título (Marina), 1918 de © Lyonel Feininger | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree
Sin título (La isla), 1923 de © Lyonel Feininger | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree
Título: Lyonel Feininger 1871-1956
Artista: Lyonel Feininger
Comisariado: Fundación Juan March con el asesoramiento especial de Wolfgang Büche, Martin Faass, Ulrich Luckhardt, Peter Selz y Heinz Widauer
Lugar: Fundación Juan March (Madrid)
Fechas: 17 de febrero de 2017 – 28 de mayo de 2017
Horario: De lunes a sábado y festivos 11:00 a 20:00 horas / Domingos: 10:00 a 14:00 (cerrado el 13 y 14 de abril)
Entrada: acceso libre