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Indisolublemente asociado a la ciudad de Oporto y sus relaciones de ultramar, los vinos Ramos Pinto nos invitan, desde su sede en el Museo Casa Ramos Pinto en Vila Nova de Gaia, a un fascinante recorrido que comienza en el siglo XIX
Existe una paleta de color cálida que se extiende del dorado al resplandeciente carmesí, pasando por terrosos pajizos y ámbares anaranjados que caracterizan a los vinos de la Casa Ramos Pinto, desde 1990 propiedad del grupo francés Louis Roederer. Una paleta cromática que anticipa lo que el paladar descubrirá placentero. La dulzura propia de unos vinos que revelan como sus notas aromáticas graduales, se dispersan conformando la indudable identidad de sus 3 familias de vinos. Blancos, Tawny y Ruby. Tres estilos que anticipan una seña de la Casa que difiere en función de la complejidad de los procesos a los que están sometidos las variedades de estas ramas. Así, los Vintage que pueden alcanzar hasta los 1200 € la botella [un vintage de 1884 ], son sus mejores portavoces de un sello que sigue, a día de hoy, apostando por la innovación, la calidad y la tradición asentada en más de 130 años de solera respaldados por las 4 quintas que la empresa tiene actualmente (quinta do Bom Retiro, quinta da Urtiga, quinta de Ervamora y quinta dos Bons Ares) ubicadas en las regiones de Cima Corgo y Douro Superior que les permiten ser autosuficientes. Estas quintas son las que proveen de las 5 variedades de uva (Touriga Nacional, Tinta Roriz, Tinta Barroca, Touriga Francesa y Tinto Cão) seleccionadas a partir de un estudio de investigación elaborado por la propia casa Ramos Pinto en 1993. Dicho estudio llevó a que la UE respaldase el proyecto para la plantación de estas uvas en el D’Ouro y se reconociesen estas variedades, como las propias para la Denominación de Origen controlada de estos exquisitos caldos.
Ramos Pinto, tradición familiar
La historia que nos transmite Ema Rodrigues, responsable del Departamento de Comunicación, comienza en 1880, año en el que los hermanos Ramos Pinto inician su andadura. Adriano Ramos Pinto que había estudiado Bellas Artes, estaba motivado por el interés de trasladar al vino su pasión por el Arte. Esto se evidencia en un sugestivo ideario con características propias del Art Nouveau, durante la Belle Époque, que puede verse en etiquetas, cartelería de la época y regalos pensados para satisfacer y agradecer su compromiso con la clientela. Junto a él, Antonio Ramos Pinto aportaría la visión empresarial. En el Museo en la Avenida que lleva el nombre familiar en Vila Nova de Gaia, al otro lado del río Duero, si nos situamos en Oporto, puede constatarse como ambos conformaban una misma moneda de dos caras. De hecho el emblema que elegirían para representar la Casa Ramos Pinto hace honor al nombre de familia y a la moneda que se conoce con el mismo nombre (Pinto) que lleva grabada una cruz y a su alrededor el lema vencedor que vaticina In hoc signo vinces (con este signo vencerás).
Aquí se conservan suficientes señas de identificación que unen, a lo puramente estilístico de impronta sensual e incluso provocadora para la época, la visión audaz y empresarial. Muestra de estas tentativas satisfechas, son por ejemplo la botella que conmemora el 75 aniversario de la Primera Travesía Aérea del Atlántico Sur de 1922, evento que motivaría a la compañía a contactar con Gago Coutinho para que llevase a bordo del avión que tripularía junto a Freire Cabral, unas botellas de vino para regalar al entonces presidente de Brasil. Aunque el vino no llegó a Brasil a salvo, ya que durante los casi 3 meses que duró el viaje, los aviadores tuvieron varios incidentes que les motivaron a descorchar las botellas en alguno de sus amerizajes; no deja de ser un buen ejemplo de las pioneras iniciativas que llevaron a que Ramos Pinto, en la actualidad, sea una marca de reconocido prestigio gracias a que supo buscar la forma de avanzar a través de las relaciones y la inventiva, como prueba también el hecho de que consiguiesen la firma del clero para exportar el vino a la India.
Hay que considerar también que muchos aciertos de la Casa se debieron a errores, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia de los grandes descubrimientos. Como curiosidad, el vino de Oporto no siempre tuvo su característico sabor dulce. En 1820 todo cambió. Fue un verano muy caliente y la uva se volvió más rica en azúcares. Ello confirió a los Oporto un sabor dulce que sorprendería gratamente a la clientela inglesa, —Inglaterra fue junto a Brasil uno de los primeros países a los que se exportaría el vino—, y que ahora es característico de la identidad de los Oporto a los que se les añade aguardiente durante el proceso de fermentación para conseguir su inconfundible sabor. Un gusto, aroma y color que permanentemente acompaña a la ciudad de Oporto desde donde se exportaban los vinos —de ahí el nombre de vinos de Oporto— que mira hacia su vecina Vila Nova de Gaia, donde las condiciones lumínicas siguen siendo más apropiadas para conservar el vino, agradecida por haber conferido a sus inconfundibles elixires, unos distintivos apreciados en todo el mundo.