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¿Están los estudios críticos en crisis? Paradójicamente, en plena revolución digital, mientras asistimos a una irrupción desmesurada de la crítica a través de los nuevos medios digitales, nunca antes, los estudios críticos de rigor, habían estado más ausentes de los medios
La crítica, concretamente la cultural, desde sus tímidos pero irreverentes inicios, por la polémica que desató en el siglo XVII con el atropello que resultó, para la comunidad literaria, los primeros indicios de valoración literaria suscitada por el Journal des Savants; nunca hasta ahora había tenido más oportunidades de ser efectiva. La democratización del periodismo, en plena revolución digital, ha favorecido la puesta en marcha de los nuevos soportes digitales más asequibles y cercanos. En cambio, y a pesar de que todo simula tener cariz crítico, solo hay que pasearse por cualquiera de las redes sociales que dominan el planeta en todos los aspectos, parece como si la crítica hubiese desaparecido de los medios, absorbida por la reseña en unos casos, la pantomima conceptualizada, polarizada e interesada, en otros.
¿Qué queda de la Crítica de Tesis de las Artes, estimulada a comienzos del siglo XX por José Ortega y Gasset en torno a los diarios El Imparcial, El Sol, Crisol y Luz? ¿Cómo es posible que en plena revolución digital, no haya más hueco para el pensamiento crítico, que no para la crítica servil y regulada por la gratificación de sentirse en uno de los polos de lo que es de unanimidad social, recurriendo a la comparación sistemática que abusa de las ideas de otros? Curiosamente cuando podíamos realizarnos como ciudadanos pensantes que ya no necesitan pedigrí como acontecía hace un siglo con el esplendor de una crítica que no reivindico, sino desde su concepción, no precisamente desde un elitismo que me resulta despreciable más teniendo en cuenta que las voces femeninas eran y siguen siendo más silenciadas que las masculinas; la crítica de pensamiento, ha dejado de ser. Y ha dejado de ser, estando como está al alcance de todos, para valorar lo que ha de ser valorado, si queremos que la sociedad sea más igualitaria y justa amparándonos en principios humanistas.
¿Dónde están los críticos libres que ejercen su derecho a razonar, para cooperar con un social al que es difícil meterle mano? Se han esfumado, o los han largado con todo tipo de censuras y vetos en estructuras aparentemente plurales, abiertas y libres. Fin del sentido de los ideales asociados a eso que, a principios del siglo XXI, aplaudíamos como milagros de la tecnología, las redes sociales y el fenómeno blogs, que llegaban para hacer del mundo un lugar abiertamente cooperativo, que se vio reforzado con el alcance de lo procomún. Lo único que parece haber alimentado dichos avances tecnológicos es la vanidad, la de creer que nuestra imagen digital social, la de la autofoto de posado o selfie acompañada de opiniones de statu quo monopolizadas por otros, es lo único importante. Sin embargo, no advertimos que ello nos convierte más en siervos que en amos, anulando nuestra capacidad de pensar y enjuiciar, sin necesidad de dilapidar a un enemigo de consenso.
Es necesario entonces tomar conciencia para exigir nuestro derecho a valorar. Hay que exigirlo. El que escribe para un medio de poca traca, si ha intentado alguna vez hacer crítica o incluso periodismo de información con voz propia, sabe de lo que hablo. Pero ni siquiera es suficiente. Ahora es cuando empiezo a considerar de urgencia reformular las bases de los géneros de opinión, atendiendo a las nuevas realidades de un siglo XXI que se ha distanciado vertiginosamente y por sacudida, de la anterior centuria, y en todos los sentidos. Por ello, no es muy lógico tampoco que sigamos recurriendo a fórmulas obsoletas que ya no dan respuesta a las necesidades actuales, debiéndose a un periodismo excesivamente mercantilizado y poderoso, en muchos casos, que se codea con el resto de sistemas e instituciones obedeciendo a un conceptualismo que considero debe reformularse deconstruyéndose para atender a una crítica de no-interferencia que en lugar de reparar en dicotomías, descubra que la realidad es pluritómica. Por lo tanto, no debería obedecer a simbolismos institucionalizados sino a un análisis de ubicuidad que advierta sobre la complejidad.
Tal vez y solo tal vez, podríamos así, como observadores pensantes, recuperar la esperanza en un mundo que se desploma ante nuestros ojos, mientras nos hacemos la foto de turno para subirla a una telaraña conectada que nos vigila. Estamos amoldados a todo tipo de intereses y nos creemos libres de acción. No somos arañas constructoras o vigilantes. Aunque pudiéramos serlo, preferimos ser moscas, servir de alimento a otros. Los nudos sistémicos nos tienen más asidos que nunca y nuestra percepción individual también ha dejado de ser, enredados como estamos en un procomún mal encauzado que nos ha robado nuestra identidad propia, nuestra percepción individual alerta, nuestra capacidad de razonar descubriendo lo inconmensurable que nadie nos puede revelar salvo nosotros mismos. Y ahí vamos. Y así vamos.