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El ciclo La movida Berlinesa proyectado la semana pasada en Madrid con motivo del 18 Festival de Cine Alemán, nos devolvió una mirada a los movimientos contraculturales de los ochenta a ritmo trepidante de punk y skate. ¿Qué queda de todo ello?
¿Qué queda de los ochenta, ya no sólo en Berlín, sino en cualquier gran ciudad que vivió la década como un subidón de adrenalina que se propagó en forma de movimientos contraculturales? En una época como la actual en la que lo contracultural parece formar parte del pasado y lo único que se le acerca crece a la sombra de cercadas doctrinas políticas, solo persisten apuntes de estilo que se recuperan en tendencias que reviven la explosión de énfasis formal. Nunca antes se había vivido tal interés por décadas pasadas como ahora. Con lo que sabemos o creemos saber de ellas, se hacen reinterpretaciones, síntesis que se conjugan apropiándose de esto y lo otro, conformando así lo que serán interesantes objetos de estudio en décadas posteriores.
Con este panorama, el Ciclo La Movida Berlinesa, organizado por el Goethe-Institut Madrid y proyectado en el marco del Festival de Cine Alemán 2016, tiene gran relevancia e interés actualmente porque nos acerca a la época que terminó con la caída del muro de Berlín el 9 de Noviembre de 1989, un espacio en el tiempo que al unísono con lo que estaba pasando en otras partes del mundo, pero desde estructuras sociales y políticas más complejas por ese disparate de la historia que dividió Berlín en dos, nos hace plantearnos otra cuestión, ¿actualmente queda algún espacio para la contrarrevolución cultural, sin que sea absorbida rápidamente por las grandes industrias? No parece viable que sea efectivo algo que no se acomode a los diferentes sistemas reglados si no se ajustan las políticas que favorecen toda clase de monopolios que absorben rápidamente todo lo contracultural antes de que pueda llamarse así. Por eso, mientras tanto, nos refugiamos en esos lugares en el tiempo en los que realmente todo parecía posible.
Berlín 1979-1989 y el muro de las diferencias en 4 películas
Los ochenta fueron una década que en Berlín estuvieron atravesados por un muro que puso una frontera visible entre las proclamas del Berlín Occidental que coincidían en un “sencillamente haz algo” que acabó proliferando en una explosión de ideas contraculturales; y los infranqueables dogmas de la RDA, en donde tratar de saltarse los preceptos inherentes al régimen, tenía pocas probabilidades de éxito. Para abordar estos dos escenarios, el Ciclo La Movida Berlinesa que se proyectó la pasada semana durante el Festival de Cine Alemán en Madrid es un ejemplo ilustrativo de lo que fueron los ochenta en Berlín, en las dos áreas, la del Este y la del Oeste.
Compuesto por cuatro películas, dos documentales y otras dos de ficción, el Ciclo la Movida Berlinesa teje su trama alrededor de la música punk que en el documental B Movie: Lujuria y música en Berlín Occidental 1979-1989 [ B-Movie: Lust & Sound in West Berlin 1979-1989 ], se articula a través de recortes de decenas de cintas de archivo recuperadas para la ocasión. La película dirigida por varios autores provenientes del circuito musical de los ochenta entre los que destaca Klaus Maeck que además de dirigir es el que hizo posible el guión y quien explicó tras la proyección del documental que no querían hacer un documental típico con un esquema cerrado de entrevistas sino “captar el sentimiento y espíritu de una época”. El propio Maeck, que luego pinchó los temas de la película en el Café Berlín de Madrid, apuntó a que Berlín del Oeste por aquella época “era una isla en la Guerra Fría”. Un lugar que suena irresistiblemente bien con la música de, entre otros, Blixa Bargeld, Gudrun, Nick Cave, Ideal, Malaria, Die Ärzte con el subversivo tema Eva Braun, en referencia a la novia de Hitler; o la sumamente popular Nena, que acabó por poner de moda la escena berlinesa en todo el mundo. Y en alemán, algo completamente inesperado, como se puede apreciar en el documental que se presenta como un atractivo punto colorista de referencia crucial, guiado por Mark Reeder, inglés afincado en Berlín desde finales de los setenta, que además tuvo su grupo en la movida, Shark Vegas. Complemento de esta cinta para entender lo mismo pero en clave de ficción paródica también se proyectó Muerte a los hippies! Que viva el punk [Tod den Hippies!! Es lebe der Punk ], un retrato realizado por Oskar Roehler, producto de su propia novela autobiográfica Mi vida de imbécil [Mein Leben als Affenarsch ], un filme que sigue los pasos a un joven que acaba en los recónditos y extravagantes recovecos nocturnos del Berlín occidental.
A estas dos películas les sigue una representación en clave documental del pionero skate de los ochenta en el Berlín de la RDA con Esto no es California [ This ain’t California ], un deporte que no tenía cabida, cuando a penas la tenía en otros territorios menos autoritarios. Aquí , su director y skater, Marten Persiel, sigue el rastro del líder de un grupo de skaters de la RDA de familias desestructuradas que encontraban en el skateboarding una forma de divertirse escapando del tedio y lo políticamente correcto. Un interesante documental que recupera importante material de archivo para poner rostro a su personaje central, icono perdido para siempre de una generación incomprendida de la que el mismo Persiel formó parte como testigo crucial de la cultura skater.
Y como punto final, Coming out de Heiner Carow, la película más antigua de todas. Estrenada curiosamente el día que cayó el muro, no tuvo entonces mucho protagonismo a pesar de que trataba el tema de la homosexualidad en la RDA, una zona proclive a tabús de todo tipo que encuentra en esta temática un punto de partida para abordar las distancias que dejan tras de sí los comportamientos sexuales que se escapan a las pautas establecidas.