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La gran investigación llevada a cabo en la exposición ‘Campo Cerrado’ bajo las directrices de Dolores Jiménez-Blanco, saca los grises a una España, la de la década de los cuarenta, que se descubre compleja y repleta de hallazgos en el Museo Reina Sofía
Si algo nos ha descubierto repetidas veces la historiografía es que entre las versiones oficiales que se despliegan en blancos y negros, hay una amplia gama de grises. La misión del historiador que investiga con la responsabilidad de atender a una realidad siempre subjetiva, es desvelar esos misteriosos y melancólicos cenicientos o turmalinas, que son los que como mínimo, aportan un poco de luz a los interrogantes que dejan tras de sí la pureza de las verdades canónicas. Una evidencia que queda de manifiesto en Campo Cerrado, la magnánima y última exposición de la temporada presentada por el Museo Reina Sofía en su sede principal de Atocha, con la extraordinaria labor de María Dolores Jiménez-Blanco que enseñó ayer minuciosamente a la prensa el extenso recorrido, no sin antes agradecer la labor a todo el equipo del Reina que colaboró a pleno rendimiento para que este titánico y necesario proyecto domine la tercera planta del edificio Sabatini contextualizando una historia del arte español que hasta ahora manifestaba claramente una laguna en su recorrido por el siglo XX. A saber, la que dejaba tras de sí unos cuarenta silenciados desde el interior de una península aislada, dolorida y rota, mientras algunos de los más renombrados artistas internacionales, como Picasso, desde el exilio, eran portavoz de todos los desheredados, los que evidentemente tuvieron que huir, pero también los que se quedaron sobrellevando el peso de las ruinas que dejaron tras de sí la guerra civil española.
Claves del arte español de los cuarenta: macros y micros
Y aunque como apunta Jiménez-Blanco “la exposición no es un censo”, las cerca de 1000 piezas, algunas adquiridas por el museo y muchas inéditas, así como los más de 200 autores que explican a través de pinturas, esculturas, fotografías, dibujos, bocetos, audiovisuales, maquetas y un gran número de revistas de todas las ideologías, ese episodio desde el punto de vista artístico que responde también a lo social y político que empieza en 1939 con el final de la guerra, y acaba bien entrados los cincuenta, son un buen punto de partida que divulga, en palabras de su comisaria, “el pico del iceberg” al que se ha llegado después de más de tres años de investigación que confluyen en este Campo Cerrado. Una alusión a la novela homónima de Max Aub, que es un intento más que de catalogar un todo, de abrir cauces de estudio. De ahí que Dolores Jiménez aclare, “hemos intentado rescatar las claves según lo que hemos encontrado en el proceso de investigación”.
Las claves las sintetiza Manuel Borja Villel, director del Museo Reina Sofía, apuntando a lo que considera líneas de fuerza o macros, y casos de estudio o micros entre los que está presente una “tensión constante entre vanguardia y tradición”, concreta. Esas líneas macro las encontramos en la noción de reconstrucción. Un restablecimiento del orden con el campo como lugar idealizado en el que destacan autores como Josep Guinovart, Joan Brotat o Godofredo Ortega Muñoz descubriéndonos, en algunos casos, obras que se escapan a la mirada academicista que trató de imponer una imagen de una nación que según se descubre en la exposición, no fue tan efectiva como en el caso de otros estados que encontraron en lo propagandístico posturas menos díscolas y tangenciales que aquí desembocaron en el surrealismo, el humor, el circo y lo popular. Todo ello, puntos de fuga que pervivieron con las líneas canónicas que a principios de los cuarenta estaban orientadas hacia la reeducación del arte español que trató de recuperar, por el canon tradicionalista, la llamada Escuela Española.
Además de estos itinerarios, otro factor determinante de la década estaba en el exilio, con todo lo que implicaba. Un factor determinante que en la muestra está regido, como eje central, por el espacio que ocupa Pablo Picasso y otro que se le dedica a Joan Miró. Junto a estos ejes de fuerza, los micros a los que hace alusión Villel, están sustentados por casos de estudio concretos como el que descubre el fascinante movimiento del postismo que aludiendo a Max Ernst, Giorgio de Chirico y Kandinsky nos revela, por ejemplo, a una extraordinaria Nanda Papiri que reluce en la muestra asegurando un lugar no común para las mujeres, pero que fue reivindicado desde una resistencia silenciosa en el interior del país, mientras otras mujeres como Maruja Mallo, Remedios Varo y Manuela Ballester en el exilio, se alzaron contra el rol impuesto por el régimen que había tratado de condenar a la mujer a sus labores en el marco de la denominada Sección Femenina de Falange.
En realidad, los micros se explayan, se descubren en ese haciendo camino al andar manifestándose a través de nombres que se asoman tímidamente siendo indispensables, aún más por haber sido olvidados, como Aurelio Suárez con su dolorosa Cárcel y más onírica, Olor de soga. También encontramos a Juan Manuel Díaz Caneja con la enigmática y ahora contundente Iban a comunicar, o los dibujos que destapan a un Álvaro Delgado, en la revista clandestina Pueblo Cautivo, que la propia Dolores Jiménez-Blanco reconoce sorpresivo. “No sospechaba que Álvaro Delgado tuviese ese grado de oposición al régimen”, confiesa. Asombros que no acaban en el aludido postismo, siendo necesario hacer otras paradas importantes en el recorrido. Como la que ocupa el teatro, un territorio para la experimentación así como refugio de artistas.
Por otra parte, llegando al recorrido final, se refleja importante la IX Trienal de Milán de 1951, momento en que el régimen franquista empieza a darse cuenta de la necesidad de exportar una imagen de modernización del país que consigue hacer efectiva gracias a la intervención de José Antonio Coderch, uno de los fundadores del Grupo R, que fue el encargado del proyecto del Pabellón de España y que en la exhibición se puede ver a través de fotografías de archivos. A partir de aquí, los primeros cincuenta que cierran la década de los cuarenta para relatar una historia inédita, están protagonizados por la creación de la Escuela de Altamira por iniciativa de Mathías Goeritz y los primeros síntomas de una modernidad, de la que buscaría apropiarse el régimen, en la Cataluña de Antoni Tàpies, Modest Cuixart o Joan-Josep Tharrats que empezaba a sonar a jazz y que eran señal inequívoca de que el interés por salir adelante, dando signos de vitalidad inequívoca, siempre estuvo abierto en un campo cerrado.
Serie: El Blat, 1948 de © Josep Guinovart | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree
Obra de © Nanda Papiri en la exposición Campo Cerrado | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree
Título: Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953
Artista: varios
Comisariado: María Dolores Jiménez-Blanco
Lugar: Museo Reina Sofía (Edificio Sabatini, 3ª planta. Madrid)
Fechas: 26 de Abril de 2016 – 26 de Septiembre de 2016
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