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El machismo discursivo del cine fomenta la continuidad de una sociedad desigual que se evidencia en datos esclarecedores: Solo el 21% de las películas están dirigidas por mujeres, generando así una desigualdad en la industria que se confirma sobremanera en los Oscars de Hollywood
Ya lo advertía en la última Berlinale el colectivo EWA (Red Europea de Mujeres en el Audiovisual), la paridad en el cine está lejos de alcanzarse. El informe que presentó en el Festival Internacional de Cine de Berlín el pasado mes de Febrero, producto de dos años de investigación de la industria cinematográfica tomando como referencia 7 países, evidencia la poca presencia de mujeres directoras en el cine. Sus cifras son muy esclarecedoras. Aunque alrededor de la mitad de los estudiantes de cine son mujeres y además logran trabajar en la industria, la realidad es que solo el 21% de películas están dirigidas por mujeres. Algo que en cambio no sorprende mucho si tenemos en cuenta, según revela también EWA que el 84% de las ayudas públicas están destinadas a cintas dirigidas por hombres o que los productores hombres suelen ver menos arriesgado apoyar a sus congéneres. A pesar de ello, desde la Red Europea de Mujeres en el Audiovisual inciden en un dato que resulta significativo. Las mujeres cineastas logran llegar a los festivales en un 10% más de los casos que los hombres, así como alzarse con algún premio con más facilidad que sus colegas masculinos. No es este el caso de los Oscars. Los premios más mediáticos y paternalistas de todos y por ello, también los más concluyentes como termómetro de la industria llevan varios años consecutivos, sin nominar a ninguna mujer en la categoría a Mejor Dirección. La única vez en la historia que no solo se nominó a una mujer sino que además se llevó el premio a Mejor Dirección fue en 2010, año en que Kathryn Bigelow se llevó la estatuilla por Tierra hostil, una película bélica ambientada en Irak. Pero ahora sin necesidad de ser condescendientes, deberíamos tratar de dar respuesta a un importante dilema. ¿Es realmente capital que una realizadora consiga tal reconocimiento con un filme que repite el esquema de machismo discursivo que todavía a día de hoy sigue marcando las pautas del cine y más aún dentro de la estructura Hollywoodense?
Esto no deja de probar otra realidad ya que los datos en sí de la EWA no parecen ir a la raíz de la cuestión. El problema parece estar en la base. Si las pocas mujeres que consiguen meter cabeza principal en la industria, no tienen la voluntad de hacer un cine comprometido con el entorno real, con las problemáticas reales de las mujeres renunciando a estereotipos o a la conformación de superheroínas cosificadas, mal vamos. Con esto no quiero echar por tierra la paulatina introducción de la mujer como realizadora, ni tampoco olvidar que muchas cineastas entienden su cometido social y cultural, visibilizando conflictos reales. Ahí tenemos como ejemplo más cercano en el tiempo a la turca Deniz Gamze Ergüven con Mustang que logró colar su película en la candidatura a los Oscars de este año a mejor película de habla no inglesa, o la iraní Ida Panahandeh con Nahid. Además también hay directores que en los últimos años han tomado conciencia de la necesidad de un cine más actual que evita la protagonización masculina como estándar. De hecho, volviendo a los Oscars, este mismo año también compitieron, aunque sin ningún tipo de reconocimiento (todo hay que decirlo, Hollywood tiene que reciclarse), dos películas con personajes femeninos principales Brooklyn y La Habitación. Porque, no es solo que no se nomine a mujeres cineastas _en toda la historia de los Oscars, desde 1928, solo han estado nominadas cuatro mujeres: Lina Wertmüller, Jane Campion, Sofia Coppola y Kathryn Bigelow_, el trasfondo del asunto vuelve de cabeza a la base, esto es, a los argumentos, a esos discursos machistas que componen la base del problema. ¿Cuándo fue la última vez que una película con protagonista femenina, en un papel digno de ser tenido en cuenta, se llevó el premio de la Academia? Tenemos que remontarnos a más de una década atrás hasta Million Dollar Baby de Clint Eastwood con Hilary Swank en 2004. Y ahí, pienso, es donde radica el problema de la no paridad, de la desigualdad, de esos datos que pueden hacer pensar a algunos que igual las mujeres son menos meritorias y esa también es una lógica que no se sustenta en los resultados académicos, pero sí en los estereotipos que genera lo cultural.
Puesto que el Cine posiblemente sea la más potente herramienta en la construcción de valores, tiene que empezar por hacer los deberes que le corresponden para que la sociedad avance mirando con amplitud, a todos lados, lo que implica también una mirada a las mujeres (no a un universo femenino ficticio) menos frívola. Porque si no se cuidan no tanto las formas como los contenidos, si no se cuidan entre todos, si los realizadores, hombres y mujeres, no se comprometen dejando de aferrarse a ese peligroso heroísmo que necesita nutrirse de grandiosos personajes masculinos arropados por mujeres que sirven de soporte, no veo la forma de que la mujer tenga las mismas oportunidades que el hombre, de ver viables sus proyectos, sus creaciones, sus metas, sin necesidad de un aval masculino. Ni en el cine, ni en ninguna otra parte. Pero para eso, la cultura en general y los que la financian, tienen que ser conscientes de que esta solo es digna de llamarse así si tiene un cometido social contemporáneo. Por eso es importante que los gobiernos se den cuenta de la necesidad de invertir en una cultura que no sea del espectáculo sino de la educación, comenzando por asentar las bases de lo que significa. No es cuestión ya tanto de adaptarse, sino de ser honestos con las demandas sociales reales y pertinentes. Y diría, perspicaces. Las mujeres, ese segmento del mercado tan importante si buscamos una lógica económica que convenza a los inversores, necesitan un espejo donde mirarse y difícilmente lo encuentra en una industria pensada para dejarlas en un segundo lugar poco meritorio como resultado de guiones empachados de una imaginería de los roles que parece diseñada por memos para mantener un orden social anclado en valores patriarcales, que en la práctica perjudica a todos, a la sociedad en conjunto, aunque sin duda, a la mujer . Una industria que se retroalimenta además de una nutrida y peligrosa red de aduladores oficiales, muchas veces desde grandes cabeceras, que utilizando términos grandilocuentes para apoyar cierto tipo de películas, hacen sonrojar a cualquiera que tenga un poco de sentido común. Todo con tal de hacernos creer que ese exceso de testosterona acaparadora, tiene una razón de ser. Sabemos todos, hombres y mujeres con un mínimo de conciencia que no es así y que además esto genera problemas mucho más graves que el hecho de que los productos culturales sean de más o menos calidad. Reclamemos entonces un cine proactivo en el sentido de que se adelante a las necesidades reales de la sociedad y obviemos o rechacemos aquel que perpetúa modelos y esquemas que envejecen la cultura y la sociedad, dilapidándola.